En la antigua Grecia el filósofo Sócrates era muy venerado debido a su gran sabiduría y rectitud. Mucha gente acudía a él desde todas partes para pedirle consejo y escuchar sus sabios vaticinios. Un buen día en que Sócrates paseaba tranquilamente por el foro de Atenas se acercó corriendo uno de sus discípulos y le dijo entre jadeos:
- Sócrates, Sócrates, tengo algo muy importante que contarte acerca de un alumno tuyo...
- Espera- interrumpió el filósofo -Antes de contarme lo que sea quiero ver si superas la prueba del triple filtro.
- ¿El triple filtro?
- Si, eso me ayudará a comprender si realmente eres digno de contarme la información que posees. A ver, lo primero de todo es superar el filtro de la Bondad. ¿Lo que vas a contarme de mi alumno es algo bueno?
- Pues... no, la verdad es que no.
- Lo suponía- siguió Sócrates -Sigamos con el segundo filtro, el de la Verdad. ¿Vas a contarme algo completamente cierto de mi alumno?
- No lo sé, me acabo de enterar y...
- De modo- prosiguió Sócrates -que quieres contarme algo malo de un alumno mío que ni siquieras estás seguro de que sea cierto. Aún puedes superar el tercer filtro, el de la Utilidad. ¿Me va a ser útil saber lo que quieres contarme de él?
- No. No mucho, Sócrates.
- Ya veo. Entonces, muchacho, será mejor que te marches sin decirme nada, y que recapacites en tu mente acerca del inmenso poder que poseen las simples declaraciones de un hombre.
Esto explica por qué en Atenas se consideraba que Sócrates era un gran sabio y por qué se le tenía en tan gran estima. También explica por qué nunca se enteró de que Platón se tiraba a su mujer.