HERCÓBULUS o Planeta Rojo”:
Lo que no hubiéramos querido leer
escribe: Gustavo Fernández
Esta es la típica experiencia literaria por la que uno desearía no haber pasado, y por un colectivo de razones. Comenzando en el hecho de que el editor de este librito muy amablemente se molestó en obsequiarnos un ejemplar, gesto que agradecemos pero, como se comprenderá, no puede comprometernos. Podríamos —dijeron algunos conocidos— hacer nuestro “negocio”: unos buenos euros y ya está; un comentario displicente. Continuando porque uno (yo) piensa que habría que dedicar este espacio seguramente a recomendar buena literatura, en vez de alertar sobre la que a nuestro modesto saber y entender (falible, seguramente, pero bueno; ustedes están leyendo voluntariamente estas líneas y por consiguiente deberán permitirnos la franqueza) es una burda invención escrita con pésimo estilo vestido con el oropel de “creación literaria” o “conocimiento revelado”, que de eso pretende alardear. Y finalizando en que, nuevamente y tal como señalamos en otro artículo de este mismo número de AFR, nos resulta básicamente sospechoso de dónde y por qué razón aparecen los fondos no modestos para cristalizar tamaños delirios, quizás comprensibles como el producto de la mente enfermiza de alguien frustrado frente al mundo si no fuera porque la trascendencia (absolutamente construida sobre una gran burbuja de nada) nos hace temer otras connotaciones.
En mayor o menor medida, todos hemos leído o escuchado, aunque sea tangencialmente, de “Hercóbulus”, ese mítico planeta comparable con la estrella “Ajenjo” bíblica que se acercaría pronto a estrellarse con esta Tierra pecaminosa. Así que cuando desde España los responsables de la difusión de este libro me ofrecieron enviarme un ejemplar para ser comentado, debo admitir que me alegré. Siempre prudente con las “revelaciones”, el alcance del concepto de Hercóbulus dentro de nuestro mundillo cuando menos alentaba mi curiosidad de conocer al menos la fuente de la creencia. O sea, este libro.
Así que, una vez recibido, me arrojé a su lectura con verdadera pasión. Y, página a página, mi interés se fue trastocando en perplejidad, desencanto, preocupación y repugnancia. Y veamos por qué.
El libro lo firma el “Venerable Maestro Rabolú” (no, no por favor, no; no quiero ceder al chiste fácil) seudónimo de Joaquín Enrique Amórtegui Valbuena, un colombiano fallecido en el 2000, gnóstico, que desde la postración de su enfermedad física dice haber recibido el “conocimiento astral” que le impulsó a escribir esto que anuncia en la contratapa: “Lo que afirmo en este libro es una profecía a muy corto plazo, porque me consta el final del planeta, lo conozco. No estoy asustando sino previniendo, porque tengo angustia por esta pobre Humanidad, ya que los hechos no se hacen esperar y no hay tiempo que perder en cosas ilusorias”. Realmente “Rabolú” (no, no me tienten con el chascarrillo previsible...) no nos da muchas esperanzas, porque por un lado no “hay tiempo que perder” y por otro, en el texto, nos aplasta con que nada podemos hacer por evitarlo. Así que si nada podemos hacer por evitarlo y no hay tiempo que perder, pues que se imponga la máxima popular que quizás sabía de Hercóbulus cuando afirmaba: “¡A follar que chocan los planetas!”.
Compartamos algunas perlas literarias:
“Hago saber que Hercóbulus es una creación, como nuestro mundo; tiene su Humanidad que habita en él, tan perversa como la de aquí. (O sea, serán agentes del orden universal que tratan de eliminar a esta Gomorra terrestre, pero por lo visto, ellos también tienen los días contados). Cada planeta, cada mundo tiene su Humanidad. Que no crean los señores científicos que van a atacar a ese planeta y lo van a desintegrar, porque allá también tienen sus armas, que pueden responder y desaparecernos de un momento a otro.” (Pág. 10) (Sí, bueno, pero si de todas formas estamos fritos, ¿de qué sirve esta advertencia?).
En todo el texto no sólo queda expuesto el pobre nivel intelectual del escritor (de lo que puede no ser responsable, pobre) sino de sus variados resentimientos, empezando con una Ciencia que odia pero parece no conocer siquiera superficialmente. Sabemos de las meteduras de pata de tantos científicos: pero el médico al que ustedes acuden también después de tanto discurso alternativo, el arquitecto que diseña sus viviendas, el analista de sistemas detrás de los softwares que les permiten disponer de internet se basan en aciertos de esa Ciencia. Un ejemplo penoso: “Esto lo pueden negar los científicos con sus teorías, como lo están haciendo y lo han hecho, de desfigurar la verdad nada más que por orgullo, vanidad y el deseo de poder. Se reirán como aznos rebuznando, porque no son capaces de medir las consecuencias de lo que hicieron. Plagaron el planeta con bombas atómicas (esteeee..... ¿los científicos hicieron eso?) para apoderarse de él y no tienen en cuenta que existen Dios y su Justicia, quien aplastará todo. A las bestias no se les puede hablar de Dios porque rebuznan y con sus hechos están negándolo, se creen dioses y eso no es así”. (Pág. 11).
“Ya hablámos de Hercóbulus más bien por encima, no profundizando mucho para no asustar” (Pág.15). (Ah, ¿no?).
“Los señores científicos no alculan las atrocidades que han hecho contra la Creación, porque serán víctimas de su propio invento. Ya existen monstruos, bestias salvajes en el fondo del mar que se nutrieron con energía atómica y el calentamiento de las aguas las hará salir a buscar refugio; llegarán a las ciudades costeras y arrasarán con todo, casas, edificios, embarcaciones y gente, porque estas bestias salvajes que se gestaron con energía atómica, son atómicas. Entonces, las balas tridimensionales no servirán sino para enfurecerlos más. Lo que estoy diciendo es a corto tiempo” (Pág. 16). (¡Mamá!. ¡Volvió Godzilla!).
“Yo les aconsejo, amables lectores, que no se muevan de donde están ubicados, porque no hay para donde coger” (Pág. 16). (Bueno, qué se yo, ejem... o sea.... eso no es lo que decía el refrán popular. Aunque, después de todo y ante el cataclismo final, ¿de qué sirve el consejo?).
“Los venusinos tienen cuerpos perfectos: frente ancha o amplia, ojos azules, nariz recta, cabellos rubios y una inteligencia sorprendente. Miden más o menos de 1,30 a 1,40 metros de estatura, no hay más altos o más bajos, no hay barrigones ni gente que se vea desfigurada, todos tienen figuras angélicas: perfección en hombres y mujeres porque es una humanidad ascendente, superior. Allá no se ven monstruos como se ven aquí” (Pág. 22). (Este es un párrafo absolutamente repugnante, racista. Iguala belleza física a belleza moral. Y enseña que en su hogar Rabolú (¡pues dije que no cederé a la broma!) no tenía espejos...).
“No existe la fornicación como aquí, pues los terrícolas son peores que bestias; ellos usan lo que la Gnosis enseña: la Castidad Científica o Transmutación de las Energías. Por eso se prolongan la vida que quieren, porque la energía es la vida misma de uno; en cambio en nuestro planeta, a corta edad se ve la vejez en la gente, por la fornicación” (Pág. 29). (Sólo una risita irónica: parece que el día que enseñaban eso de “castidad científica” Rabolú —por cómo le fue— faltó a clase...).
“No hay degeneramiento sexual como lo hay aquí, que ya hasta los señores curas están casando homosexuales” (Pág. 30). (¿Discriminación?. ¿Segregación?. ¿El viejo conservadurismo decimonónico y victoriano disfrazado de esoterismo?. Faltaría más...).
Detalles negativos como los malos pensamientos, el odio, la envidia, decir palabras llenas de orgullo, en fin, todas esas cosas que son negativas en el fondo, debe empezar uno a desintegrarlas seriamente” (Pág. 40). (¿Y por casa del autor cómo andamos?).
Bien, así pasan las cincuenta páginas de este texto. Sin evidencias. Sin iluminarnos. Realmente, sin revelaciones, de las verdaderas, las espirituales. El ego rimbombante de un autor que se considera poseedor de una Verdad a la que debemos subordinarnos sólo porque él lo dice. Pero esto no sería problema: un pobre psicótico quizás con un marginado grupo de oyentes tan paranoicos como él.
Lo verdaderamente preocupante, lo que necesita respuesta es lo otro. Quien (va el argentinismo) “banca” a Rabolú (¡Que no!. ¡Que no haré el chiste!). Un libro que se distribuye en 40 países en forma totalmente gratuita. Y si se tratare de algún enjundioso tratado, se explicaría en la sana intención de difundir el saber. Blavatsky o Siragusa, Kyrón o Bongiovanni son, cuando menos, más dignos de respaldo devocional por sus seguidores, sea por la profundidad de sus conceptos, por la contundencia de sus profecías, reflexiones o experiencias o por mero birlibirloque literario. Pero Rabolú... que hasta los operarios del taller habrán contenido la risa si ojearon el librito en pleno proceso de producción...
Y aún así, alguien pone el dinero suficiente, y reeditan este opúsculo, y gastan ingentes sumas de dinero, folletería a todo color. ¿Quién?. ¿De dónde?. Y, lo más importante, ¿Por qué?. ¿Quién está lavando qué?. ¿A quién le reditúa el pavor de las mentes simples, únicas ingenuas creyentes de esta tontería superficial?.
Señores editores o financistas por elección: no nos quieran hacer creer que ustedes realmente fueron encandilados por las alucinaciones de Rabolú. Son demasiado inteligentes para eso. Sólo nos deben una explicación: la verdadera, que mucho me temo, precisamente por eso jamás nos darán