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Los biocombustibles provocan una crisis alimentaria en el Tercer Mundo
Un estudio adelanta que los elevados precios de los alimentos se prolongarán durante años y relaciona el repunte con factores como la mayor producción de biocombustibles, que está desviando una gran cantidad de la producción de granos como el maíz a generar combustibles de origen vegetal. El presidente del BM, Robert Zoellick, solicita ayuda urgente a la comunidad internacional para paliar la hambruna que está provocando el encarecimiento de los alimentos.
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El precio del arroz golpea el estómago de millones de pobres
La escasez del cereal y el 'boom' del biocombustible dejan al borde de la crisis alimentaria al continente asiático, cuya dieta depende del cereal.
Por Aritz Parra / Jiaxing / China
Con el despertar de la primavera, Yang Zhongsheng prepara su terreno para cultivar arroz. Todo debe estar listo para el mes que viene, cuando comenzará a inundar sus campos. En solitario y sin maquinaria, Yang trabaja 40 hectáreas situadas en las afueras de este centro industrial de la provincia de Zhejiang, en el Este de China.Una parcela cuadrada, flanqueada en dos extremos por sendos canales para permitir la irrigación, y en los otros por una línea de tren y la autopista que une Shanghai y Hangzhou, dos megaurbes de la costa oriental.
Al otro lado de la carretera, la inmensa mole blanca y azul de una enorme factoría amenazan el futuro de Yang, que deberá hacer hueco para su expansión. «Es cuestión de tiempo», dice. «Este es el único espacio que les queda y lo quieren». Recibirá, a cambio, otra finca de iguales dimensiones -600 mu, según la unidad empleada en China-, aunque lejos de su hogar. La situación se repite para miles de agricultores a lo largo y ancho de Asia, donde la frenética urbanización está engullendo la tierra para el cultivo.
Donde antes había huertas, ahora se extienden complejos residenciales, polígonos industriales o campos de golf. Eso no es todo. Los campesinos deben competir por el agua con sedientas industrias mientras ven cómo sus campos languidecen, agotados, y las cosechas se estancan año tras año. En Asia, el granero del mundo, se expandieron un miserable 0,5% en 2007. Y mientras la producción apenas aumenta, la demanda de arroz se dispara, liderada por la riqueza que estrenan los gigantes emergentes, India y China.
«Ni el ama de casa más diestra puede cocinar sin arroz», afirma Zhu Yinian, de 72 años, en un mercado del centro de Shanghai.El proverbio que trae a colación Zhu resume bien el reto al que se enfrenta esta región, donde el arroz es la base de la alimentación para 2.500 millones de personas. Para Zhu, el jin -medio kilo- del arroz más barato ha aumentado un 50% en apenas unos meses.De 12 a 18 céntimos de euro, un salto dramático para el bolsillo de cualquier jubilado en China.
Los efectos se magnifican en el mercado global. El precio del arroz tailandés, una referencia mundial, se ha elevado por primera vez desde 1989 por encima de los 500 dólares la tonelada. Cuesta un 40% más que hace un año y dos veces más que en 2003, cuando comenzó la corriente inflacionaria. «Los precios se mantendrán altos al menos hasta 2009, y cuando bajen se quedarán por encima de los 300 dólares por tonelada», predice Concepción Calpe, economista jefe del Programa de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
En la era de la globalización, el hecho de que Estados Unidos deje de exportar maíz para producir biocombustibles conlleva que los agricultores en esta parte del mundo empleen sus campos para producirlo. Así, alimentarán al ganado y lograrán mayores beneficios, pero de forma indirecta contribuyen a la espiral de precios en otros cereales que dejan de cultivar. También lo hacen las plagas, ausentes durante la última década, que han hecho estragos en el sudeste asiático y buena parte de Africa.
Además, cosechas enteras se han perdido por las tormentas en Bangladesh y las inundaciones en Indonesia y Vietnam. Los dirigentes comunistas de Hanoi, celosos del orden social, han limitado las partidas al exterior para hacer frente a la demanda interna.El fenómeno ha tenido réplicas en Tailandia, el mayor exportador global, y la India, que ha retirado cuatro millones de toneladas del mercado. «Es algo grave porque durante décadas de negociaciones se ha convencido a países como Filipinas, Bangladesh o Senegal a abrirse al comercio y a depender de las importaciones», afirma Calpe.
Las reservas mundiales de arroz se han reducido a niveles que no se veían en más de 25 años. Si a esta ensalada de factores se suma el efecto de la debilidad del dólar o el alto precio del petróleo, que encarece los fertilizantes, el uso de maquinaria y el transporte del grano, el resultado son los precios más altos de las dos últimas décadas. Sólo los productores que logran excedentes para sacar al mercado se han beneficiado ligeramente. Es el caso de Yang, pero no el de su vecino Tong Fuke, que con apenas ocho mus de terreno -media hectárea- y cinco bocas que alimentar, es comprador neto de arroz, como la mayoría de campesinos en la región.
«Si algunos gobiernos no logran saciar el hambre de arroz del mercado, se pueden generar disturbios sociales graves. Ya ha ocurrido en el pasado», avisa Robert Zeigler, director del Instituto Internacional para las Investigaciones del Arroz, con sede en Manila. Desde los años 60, el IRRI (por sus siglas en inglés) ha puesto en circulación nuevas variedades de arroz de alto rendimiento, más resistentes, que contribuyeron a la revolución verde y que durante tres décadas ha mantenido los precios al mínimo.
Si bien se hizo a costa de masificar el uso de fertilizantes, el milagro agrícola logró mitigar hambrunas. Pero la satisfacción ha dado paso al descuido de las inversiones en infraestructuras, formación e investigación agrícola, lo que Zeigler llama «el efecto de complacencia», que ahora comienza a pasar factura.«El milagro económico de Asia ha sido posible gracias al arroz barato, que ha logrado liberar muchos recursos para el desarrollo económico», dice el científico.
¿Qué pasa entonces cuando ya no es tan barato como antes? Los expertos aventuran que Asia, el nuevo motor de la economía mundial, podría entrar en recesión. Pero de forma más inmediata, supone que dos tercios de los pobres del mundo, los asiáticos, lo van a pasar muy mal. Por no hablar de lo que pueden sufrir los subsaharianos, en Africa, que ya importan cuatro de cada 10 toneladas del arroz del mundo. Ambos grupos forman parte de la población que destina el 70% de sus ingresos a llevarse algo a la boca.
Calpe explica que los países más expuestos son los importadores netos de arroz y energía cuyas monedas se deprecian con el dólar: «Tienen pocas posibilidades de proteger a los segmentos más vulnerables de la población». Afecta, asimismo, a los esfuerzos para erradicar el hambre. El Programa de Alimentos de Naciones Unidas, por ejemplo, incapaz de comprar el encarecido arroz vietnamita, ha tenido que reducir su ayuda a Timor Oriental, donde el 40% de la población vive con menos de medio euro al día.
El caso paradigmático se vive estos días en Filipinas, el mayor importador de arroz del mundo. Si la presidenta no logra asegurar que sus vecinos de Hanoi le vendan los dos millones largos de toneladas que precisa para reconstituir las reservas nacionales, Gloria Macapagal se puede enfrentar a protestas masivas con las que ya amenazan los partidos de izquierda y sindicatos. La situación es grave: en cuestión de semanas el precio se ha disparado un 30% en la capital.
¿Cabe hablar de una crisis alimentaria? «No por ahora», responde Calpe, aunque el problema «depende de la situación en cada país y de la importancia que tiene el arroz en sus dietas». Zeigler, desde Manila, ve más razones para la alarma: «La escasez es seria y vamos en camino de una crisis, aunque es difícil saber en qué punto nos encontramos». El reto, afirman, es aumentar el rendimiento de los terrenos disponibles. A largo plazo será necesario desarrollar la infraestructura para irrigar, procesar y almacenar el grano.«No olvidemos que las pérdidas tras las cosechas de arroz llegan a representar el 30% de la producción en muchos países», aclara Calpe.
Zeigler, por su parte, aboga por un uso más efectivo de la tecnología y, allá donde sea necesario, el cultivo de nuevas variedades más resistentes a mareas o inundaciones. «Las semillas transgénicas no son la panacea, pero pueden solucionar algunos problemas».Especialmente en países como Bangladesh o China, donde existe una enorme presión sobre los recursos o están expuestos a los efectos negativos del cambio climático.
«En 1974, cuando los precios se dispararon, el mundo ya sabía que nos enfrentábamos a una crisis alimenticia y nos habíamos preparado para ello». Hoy, asegura Zeigler, nos encontramos en el otro extremo. El IRRI, por ejemplo, financiado por el Banco Mundial, fundaciones privadas y gobiernos -España hizo una contribución tímida hace años-, ha visto recortados sus presupuestos un 65% en 15 años. «Es muy frustrante», afirma el investigador. «Los avances científicos han resuelto problemas graves en el pasado, pero ahora que sabemos cómo hacerlo, simplemente no podemos».
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