¿QUIÉN MATÓ AL PAPA?
Hoy está comprobado que Juan Pablo I estaba bien de salud. Lo confirma su médico personal, el doctor Da Ros: “El Papa no ha pasado nunca 24 horas en cama, ni una mañana o una tarde en cama, no ha tenido nunca un dolor de cabeza o una fiebre que le obligase a guardar cama. Gozaba de una buena salud; ningún problema de dieta, comía todo cuanto le ponían delante, no conocía problemas de diabetes o de colesterol; tenía sólo la tensión un poco baja”.
Tener la tensión un poco baja es, para muchos médicos, “un seguro de vida”.
También se sabe que Juan Pablo I no murió de infarto, porque “no hubo lucha con la muerte”. Con el tiempo el propio Vaticano ha reconocido que el primero en encontrarlo no fue monseñor Magee, su secretario, sino sor Vincenza, la monja que lo cuidaba.
Según el relato de esta hermana, “el Papa estaba sentado en la cama, con las gafas puestas y unas hojas de papel en las manos. Tenía la cabeza ladeada hacia la derecha y una pierna estirada sobre la cama. Iniciaba una leve sonrisa”.
¿Qué tenía en las manos? “Evidentemente no tenía el Kempis, como dijo el Vaticano, un libro demasiado grueso para ser sostenido entre los dedos. Los apuntes que tenía eran unas notas sobre la conversación de dos horas que el Papa había tenido con el secretario de Estado, cardenal Villot, la tarde anterior”, dice López Sáez.
En ella, el Papa le había adelantado a su número dos los importantes cambios que pensaba hacer en la Curia. Y ése fue el detonante de su muerte.
¿Cuál fue el arma del crimen? “A pesar de que el Vaticano lo niega, a Juan Pablo I se le hizo la autopsia y por ella se supo que había muerto por la ingestión de una dosis fortísima de un vasodilatador. Se trata de una medicina absolutamente contraindicada para quien tiene la tensión baja, como tenía el Papa. Eso encaja con la forma en la que se encontró el cadáver: No hubo lucha con la muerte, como corresponde a una provocada por sustancia depresora y acaecida en profundo sueño”, explica don Jesús.
La medicación, que no le fue recetada por su médico personal, como él mismo reconoce, se le obligó a tomar o se le inyectó. La mística Erika, en un libro del famoso teólogo y después cardenal Urs von Balthasar, asegura haber tenido una revelación en la que vio a alguien que le inyectaba la medicina al Papa. Y Juan Pablo II le concede la birreta a Von Balthasar sabiendo que, además, la propia Erika dice en el libro que “el Santo Padre lo sabe y lo cree” [que su antecesor fue asesinado].
Por su parte, el ex embajador francés, Roger Peyrefitte, autor de La sotana roja, asegura que al Papa le puso la inyección letal el mafioso Brucciato −después murió en un atentado contra Roberto Rossone, vicepresidente del Banco Ambrosiano− acompañado de dos monseñores de la Curia.
Según López Sáez, “nadie sabe exactamente quién mató al Papa. Todo apunta a la Logia masónica P2. No se puede responsabilizar a una persona en concreto, aunque hay quien señala al entonces presidente del IOR (Banco del Vaticano), monseñor Marcinckus, y al entonces Secretario de Estado, el francés cardenal Villot”.
En cualquier caso se trata, según López, “de una muerte provocada en el momento oportuno”. ¿Por qué? Los folios que tiene en la mano el Papa muerto contenían el nuevo organigrama de la Curia y de la Iglesia italiana: dimisión de Villot y del arzobispo de Milán, monseñor Colombo; traslado a Milán de Casaroli; Benelli, nuevo Secretario de Estado; Poletti, vicario de Roma, a Florencia, y Felici, nuevo vicario de Roma”.
Juan Pablo I, horas antes había presentado el organigrama a Villot y éste le dijo: “Usted es libre para decidir y yo obedeceré. Pero sepa que estos cambios supondrían una traición a la herencia recibida de Pablo VI”.Y Juan Pablo I le replicó: “Ningún Papa gobierna a perpetuidad”.
Está comprobado que el Luciani era un Papa que “estaba en el camino de la profecía”. Es decir, “un Papa que no quiere ser jefe de Estado, que no quiere escoltas ni soldados, que quiere una renovación profunda de la Iglesia y, además, gobernar con los obispos. Un Papa de los pobres que quiere promover en el Vaticano un gran instituto de caridad, para hospedar a los sin techo de Roma”, cuenta el padre López Sáez.
En definitiva, al Papa le matan porque quiere revisar la estructura de la Curia, publicar varias encíclicas (sobre la colegialidad o la mujer en la Iglesia), destituir al presidente del IOR, reformar el banco vaticano y enfrentarse abiertamente con la masonería y con la mafia que campean por sus fueros en la Curia romana.
Según López Sáez, “lo determinante fue el asunto del IOR, porque la Curia intenta evitar la quiebra del Ambrosiano y la decisión del Papa la iba a precipitar. Ellos querían un Papa que evitase esa quiebra”.
Pero, aunque quitaron de en medio a Juan Pablo I, su sucesor, Juan Pablo II, no pudo evitar la quiebra del Ambrosiano y, además, destituyó a su presidente, monseñor Marcinckus.
“La diferencia es que Juan Pablo I quiere echar a los mercaderes del templo, mientras Juan Pablo II expulsa a unos (masonería) para echarse en brazos del Opus Dei. La Obra fue la institución que salió ganadora y a la que el pontificado del Papa Wojtyla le resultó más rentable: una prelatura personal, un santo y el control del poder en Roma”.
En cualquier caso, el Papa Luciani sabe que va a enfrentarse con poderosos enemigos. En varias ocasiones asegura, según el padre Sáez, que su pontificado será corto y que ya sabe el nombre de su sucesor.
Unas veces, le llama “el extranjero” y otras, “el que estaba sentado frente a mí en el cónclave”, es decir, Wojtyla.
¿Por qué sabía Juan Pablo I ya antes de morir y antes de celebrarse el cónclave el nombre de su sucesor? “Porque Juan Pablo II era el candidato del cardenal Villot y de la Curia, deseosa de volver a controlar el poder. No en vano los curiales decían: ‘Hemos perdido tres cónclaves (el de Juan XXIII, el de Pablo VI y el de Juan Pablo I), pero no el cuarto’ ".
El padre López Sáez cree, al igual que la mística Erika, que “el Papa sabe”. Más aún, cree que su última obra poética, Tríptico romano, es una respuesta velada a su libro, que envió al Papa con acuse de la Secretaría de Estado.
Por eso, en tres simples folios, Juan Pablo II habla de la Capilla Sixtina y del próximo cónclave. “Es una forma de responderme a mí y a los cardenales que van a estar en el próximo cónclave. Viene a decir ‘algo hay’...Y si responde es para que los cardenales electores lo tengan en cuenta, elijan en consonancia y reparen la injusticia histórica que se ha cometido con el Papa Luciani”.
Eso es una de las cosas que más le duele al fundador de la Comunidad de Ayala. “Juan Pablo I no era un papa débil e indeciso como lo pintan desde el Vaticano. Está en juego no sólo la causa y las circunstancias de su muerte, sino también su figura y su testimonio”.
De hecho, en este momento hay dos procesos abiertos en torno al Papa Luciani. El primero es civil, reabierto en Roma por el fiscal Pietro Saviotti. “Le he mandado el fiscal todos mis datos y documentos. Espero que se esclarezca la verdad y se haga justicia”, dice López.
El segundo proceso es la beatificación de Juan Pablo I. El padre López no quiere oír hablar de este tipo de proceso: “El Papa Luciani no necesita milagros para ser santo. A Juan Pablo I hay que beatificarle como mártir, tras una profunda investigación sobre su muerte y recuperar su imagen distorsionada”.
“El día de la cuenta”, de Jesús López Sáez, no puede adquirirse en venta pública. Para contactar con el autor:
www.comayala.es.
EL CURA QUE PIDE CUENTAS A WOJTYLA
Jesús López Sáez es uno de los mejores especialistas españoles en catecumenado de adultos. Nacido en Aldeaseca (Avila), el 12 de abril de 1944, está licenciado en Filosofía y Letras, Teología y Psicología.
Tras estudiar en Salamanca, Roma y Madrid, entró a formar parte de los fontaneros de Añastro, sede de la Conferencia Episcopal, y nombrado responsable de catequesis de adultos del Secretariado Nacional.
Y además es fundador. Porque fundó en 1973, en la parroquia del Cristo de la Salud (calle Ayala, 12), la comunidad que lleva el nombre de la calle.
Allí, junto a un grupo de cristianos «insatisfechos del cristianismo convencional», busca «en la experiencia de las primeras comunidades cristianas vivir hoy la renovación de una Iglesia que, siendo vieja y estéril, podía volver a ser fecunda».
De nueve fundadores, el grupo se ha convertido en un movimiento que aglutina a unas 2.000 personas cuyo objetivo es «promover la escucha de la Palabra de Dios en el fondo de los acontecimientos personales, sociales y eclesiales, al tiempo que se van creando grupos de inspiración catecumenal y comunitaria».
Todos son una piña en torno al fundador. «Nunca estará solo ni en esto ni en nada. La comunidad le responde por completo», dice tajante el vicepresidente de la asociación, Jesús Martín.
Con la investigación de lo sucedido hace 25 años se pretende, en opinión de Martín, «recuperar la figura de un Juan Pablo I mártir».
De hecho, en el salón en que se reúnen hay un retrato pintado de aquel papa. Y dos mapas grandes. Uno de España y otro del mundo.
En ambos, señalados con chinchetas rojas y azules, los cien equipos de la comunidad de Ayala. En Madrid, Segovia o Canarias, pero también en Cuba, EEUU, México, Colombia, Argentina, Japón, Irán o Taiwan.
Están alejados de los movimientos neoconservadores que copan el poder en la Iglesia. Son la comunidad de don Jesús, el cura que «pide cuentas a Juan Pablo II».