Moderador: Arkantos
LA TRINCHERA: UN CUENTO MASÓNICO
La artillería alemana no había cesado de bombardear nuestras posiciones, desde los refugios en las trincheras no alcanzábamos a distinguir si el cielo estaba gris y plomizo porque se aprestaba a llover o por el intenso humo provocado por las deflagraciones.
Los oficiales con sus rostros desencajados vociferaban órdenes, los médicos y camilleros en ciclópea tarea corrían de un sitio a otro asistiendo aquí un herido, allá transportando a otro, interviniendo, cosiendo, inyectando; agregándose a esta dantesca imagen que aún hoy me lastima, los desgarradores gritos de dolor por los brazos o piernas amputadas, por los vientres abiertos a causa de la metralla enemiga y el olor mezclado de la pólvora con los cuerpos quemándose o en descomposición y la tierra anegada, negra y pegajosa pasta que en días de intensa lluvia solía llegarnos hasta las pantorrillas, impidiendo movimientos, estropeando equipos y alimentos, dificultando la defensa y haciendo miserables nuestras vidas.
Los alemanes habían ingresado a través del territorio Belga, desprovisto casi de defensas y contando con un pequeño ejército, el cual en heroica acción, resistió en los fuertes de Lieja y Namur a los embates del ejército invasor. Sólo dos semanas bastaron para aplastar a los Belgas e ingresar a Francia antes de la fecha prevista por el mando alemán.
Nosotros los aguardamos al sur del río Marne, debíamos proteger París. Yo pertenecía al 3er. batallón de infantería ligera con asiento en Verdun, a cuyo mando estaba el coronel Pierre La Marc, y cubríamos el centro de la línea de defensa, al Oeste se hallaban los británicos y al Este los defensores pertenecían al ejército Belga.
Para el soldado en esta situación de extrema gravedad no existe prácticamente tiempo para el descanso, ya que o se está asignado al frente o se están realizando tareas de apoyo, o cuando nos es permitido dormir, los nervios y la fatiga no dejan que conciliemos el sueño. Esos momentos eran los que usaba para alejarme de la guerra, para evadirme a través de la puerta de mi templo interior y soñar con límpidos cielos y cálidos soles junto a mi familia en la riviera francesa.
Durante toda la campaña llevé conmigo la fotografía de mi esposa Marie y de mi hijo Antoine, la cual solía observar cada vez que me era posible, abrazándolos y besándolos en mi memoria hasta quedar sin aliento; también llevaba la medalla de mi logia madre Fraternité et Silence, la cual pendía dentro del bolsillo izquierdo de mi uniforme, junto al corazón, allí donde se alojan mis hh.·., levitas del templo que siempre quise levantar y resguardar, pero que la muerte y la desolación de estos tiempos que me ha tocado vivir hacen por evitar, ya que me sumen en sentimientos encontrados de horror y odio, de temor y de arrojo, de piedad, de angustia, de indiferencia...
Los alemanes llegaron a la ribera del Marne; ya durante los primeros días de enfrentamientos perdimos muchos hombres, algunos casi niños; muchos conocidos, otros, al vestir el mismo uniforme simplemente camaradas, pero todos sin excepción compartiendo la misma miseria e inmundicia del flagelo de la guerra, radicando la única diferencia entre los que aun estábamos vivos y los que no.
A mi lado y tomándome la mano murió el soldado Jean Gordeau, un joven de no más de dieciséis años y junto a él, perdió la vida el sargento Clement Dupont, más allá cayó Michel Lutrec, alegre y joven teniente de veintiocho años, de quién sabía era también masón, perteneciente a la logia Les amis du temple, de París. Muchos más murieron, pero ya no los recuerdo, no puedo o tal vez no quiero.
La consigna militar era detener las oleadas enemigas y preservar las posiciones, la consigna íntima en cambio, era subsistir y sobre llevar lo mejor posible aquella situación, esperando a que la guerra no durara mucho.
A más de un año de iniciada, se había implantado un sistema de trincheras a lo largo de mil kilómetros, lo que había obligado a cambiar la estrategia de esta conflagración, ya que no se luchaba en masas compactas de tropas móviles, sino que se establecían posiciones fáciles de mantener pero difíciles de capturar, lo que había creado una especie humana diferente, donde millones de hombres vivían, sufrían y morían en condiciones infrahumanas, casi animalizados y donde la única distinción la hacía la fortaleza de espíritu, y el conocimiento que de nuestro maestro interior tuviéramos.
Muchas fueron las jornadas donde uno y otro bando se daban un respiro para retirar cadáveres y evacuar heridos, eran esos los instantes en que a golpe de mall.·. abría los trabajos en mi logia interior y veía a mi Ven.·., el viejo y amado Jullien Monet, a los Vig.·. y demás hh.·. y en silencio palpaba mi medalla y soñaba con los trabajos a ritual, con la rectitud de la escuadra y la equidad del compás, la voluntad del mazo para devastar la piedra bruta y la inteligencia del cincel para dirigir los golpes hacia la veta adecuada.
Y en mis sueños pisaba un imaginario mosaico donde el bien y el mal se conjuntaban y circulaba en esas largas horas donde aguardaba acurrucado en algún hueco de la trinchera el instante que me permitiría un día más de vida o el punto final a tanto sufrimiento, llevando a flor de labios la palabra secreta y más tarde, a golpe de mall.·. los trabajos perdían fuerza y vigor en el grado y enjugando una lágrima cargada de pesar volvía a la realidad del fango sin baldosas, de la escuadra hecha pedazos, del compás sin brazos, del mazo y el cincel sin manos que los empuñen, del sitial sin Ven.·., del templo vacío, en penumbras y sin hermanos y otra vez a las bengalas que bañaban de mortecina luz las noches de la Francia ocupada, delatando para los tiradores enemigos a aquellos soldados desprevenidos que pensándose a salvo, se aventuraban a fumar un cigarrillo o a respirar otro aire fuera de la precaria seguridad de las zanjas que como tajos en la tierra se abrían paso por casi toda!
la Europa occidental.
La Mas.·. me había dado la facultad de percibir a mis hh.·. en la Ord.·., tanto en la luz como en la oscuridad, ya por sus actitudes, ya por su forma de expresarse, ya por su manera de encarar determinados asuntos de campaña. Así pude descubrir y relacionarme con muchos a los que fui conociendo de a poco y con los cuales nos reuníamos asiduamente para intercambiar impresiones y hablar de nuestros temas, entendiendo sin haberlo expresado, que de esa forma manteníamos en alto las col.·. de la Ord.·.; también de esta manera a pesar de las desgracias nos fortalecíamos y nos apoyábamos cuando casi a diario después de una incursión, nuestra o de ellos, dábamos parte del pasaje al Or.·. Et.·. de alguno de los hh.·..
Cuando relato esto, mis ojos se nublan y mis manos temblorosas acuden a oprimir mi vieja medalla de la Fraternité et Silence, número 96. Fue a mediados de noviembre de aquel lejano 1916, cuando el 5to y el 8vo ejército alemán, tras un prolongado asedio con artillería pesada, embistió furiosamente contra nuestras posiciones; prácticamente fuimos arrollados, obligando a las avanzadas a retroceder rápidamente.
Allí cayeron miles de hombres de uno y otro bando. Las balas llegaban como el invierno, frías e inmutables, silbando como el viento del Norte, bañándonos con el gélido aliento de la muerte, invadiéndolo todo con el silencio de los rostros petrificados por el terror y el aturdimiento del grito monótono que se escapaba por las negras bocas de ametralladoras y fusiles.
Pronto se llegó a la lucha cuerpo a cuerpo; a esa parte de la batalla donde los ojos de los opuestos se miran cara a cara intercambiando emociones, donde las bayonetas rasgan el aire con mortífero brillo y tiñen por instantes la masa informe acumulada a los pies de los combatientes, donde el barro y los cuerpos se confunden y se mezclan, donde ya ni los uniformes raídos y ennegrecidos, ni los rostros deformados establecen diferencias.
En esos momentos sólo se aguarda un instante más de supervivencia, un último aliento, un instante como la luz para el estoque, un fugaz segundo para reponerse hasta la llegada de un nuevo contendiente o para desfallecer entregándose al definitivo y postrer suspiro.
Fue en esa batalla junto al río Marne donde algo o alguien me golpeó aturdiéndome; al principio fueron luces, luego noche oscura. Me sentí caer, las piernas no soportaron el peso de mi cuerpo y se doblaron despacio, lentamente; mi mano izquierda sostenía el arma y la derecha mecánicamente acudió al bolsillo, aprisionando la medalla dorada donde el compás y la escuadra labrados en ella me decían, o así quería creerlo yo, que mi muerte no sería en vano... Después no supe más.
Mientras yacía, seguramente continuaron las corridas y los golpes y los lobos rabiosos de la muerte se ensañaron con los sutiles hilos de la vida de millones de jóvenes combatientes y las bombas quebraron la noche y los espíritus angustiados probablemente se sentaron junto a los despojos vacíos a lamentar la prisa y la violencia con que fueron separados.
Al estar derrumbado sentí frío, el agua cubría parcialmente mi cuerpo. Al principio me dolía todo, pero poco después los ruidos, los gritos, las luces, los metales resonando y el chapotear de los borceguíes en el fango se fueron alejando, todo lo que ocurría no me tocaba, no me involucraba; sólo sentía paz, paz por fuera y paz por dentro. Tal vez lo que me había golpeado ya me había matado, quizás algún soldado alemán al saberme vivo ya me había degollado y yo, ya no era yo, sino que era ese que me habita y al igual que todos los demás que habían caído, estaba lamentando la urgencia para la partida.
Desperté en vísperas de año nuevo en una cama de hospital, tenía varios huesos fracturados, mi rostro aún mantenía algunas partes inflamadas, pero mi cuerpo estaba aseado y ya no había dolor. Junto a la cama estaban Marie y Antoine quienes enjugando lágrimas de felicidad me informaron que París no había caído, que los alemanes habían sido rechazados y que aunque la guerra continuaba se había progresado en pos de la paz.
Antoine puso en mis manos un sobre amarillo manchado de barro y sangre seca; al abrirlo encontré un botón de metal donde en campo verde esperanza, lucía el triángulo con el ojo omnipresente del G.·. A.·. D.·. U.·. y junto a él, una nota escrita en mal francés la cual leí sorprendido:
“Querido h.·., nuestra diferencia radica en los uniformes que vestimos, no en nuestra alma. La vida nos ha enfrentado en esta guerra absurda, tan absurda como todas las guerras que han pasado y las que están por venir; pero recuerda, que si bien son muchas las espadas que ves y están prestas a protegerte, muchas más son las que no ves y sin embargo están allí con idéntico fin. Roguemos para que esta guerra termine pronto y no cobre más vidas...Tal vez un día podamos trabajar juntos.
Firmado, H.·.Hosp..·. Alfred Hinder Von Putten,
Resp.·. logia AMICALE (Hermandad) Or.·. de Berlin- 1916
Recuperada su realidad iniciática y esotérica, reconciliada con sus propios orígenes y unidas a otras fuerzas espirituales con las que ya no tendría que enfrentarse, la masonería podría ejercer una importante labor con la que contribuir en la urgente tarea de la reconstrucción universal.
me siento muchisimo mas comodo con la segunda corriente
no nacimos para dominarel mundo, sino para ayudar a que sea mejor.
Sin conocimientos eres presa fácil, pero cuando sabes y tienes el manejo de esos conocimientos, ya no te van a llevar por caminos equivocados.
¿No puede haber un gobierno en el que las mayorías no decidan virtualmente lo que está bien o mal, sino que sea la conciencia quien lo haga?
Cultivar el respeto por la ley no es tan deseable como cultivar el respeto por la justicia. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que creo justo.
La ley nunca hizo a los hombres un ápice más justos; y, gracias al respeto que se le tiene, hasta hombres bien dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia.
Siento haberte ofendido j.
Me descubro ante tus dogmas
Mucho me temo que, muy a nuestro pesar, nos encontramos siendo llevados cual borregos, por caminos equivocados.
¿De que dogmas hablas?
no eres en lo mas minimo positivo.
tengo ciertas metas y planes que tengo que cumplir
sino la manera con que nos tienen cada vez más cogidos y atemorizados por el dinero.
Que queremos acabar con la pobreza en el mundo, pues si, pero resulta que eso resentiría el sistema financiero, los privilegios comerciales y haría bajar nuestros estándares de vida a los que nos tienen acostumbrados aquí.
Total que al final esto solo se puede acabar arreglando por las malas, porque por las buenas intenciones nos tienen maniatados.
En fin siento ser tan pesimista
Progreso y Masonería en la Construcción de Europa
Por Eduardo Callaey
La Masonería se está construyendo. Se ha estado construyendo a lo largo de muchos siglos acompañando la construcción de Europa primero, y de América después. La Orden progresa junto con la construcción de Occidente impregnando a la civilización de una nueva pedagogía de masas, siguiendo mecanismos similares a los que utilizaron frecuentemente algunas de las más poderosas órdenes monásticas de la Edad Media. El "Novun Ordo Seclorum" anunciado por los francmasones es su propia conciencia de ese proceso de construcción del mundo moderno, su propia conciencia del "progreso".
Pero la ruta que conduce a la comprensión de este término por parte de los pueblos no ha sido fácil. Para lograr ese objetivo, la Orden tuvo que repensarse a sí misma y establecer un nuevo modelo de comunidad iniciática diferente a las que habían existido en la antigüedad. Las Escuelas de Misterios en Occidente desarrolladas primero en la arenas de Luxor y Tebas y luego en Delfos, establecieron un mecanismo pensado para un mundo en donde el progreso era un concepto desconocido. Hermes Trimegisto, Prometeo, Orfeo, Rama, fueron modelos de iniciados ligados a una Edad de Oro de la cual el mundo se aleja fatal y definitivamente: "...En la antigüedad grecorromana la idea de una decadencia que había seguido a la edad de oro, y la del retorno cíclico, impidieron el desarrollo de una verdadera idea del progreso. Los griegos no tenían un término que corresponda a progreso, y el latín "progressus" tenía un sentido más material (proceder) que normativo..."
"...Para la mayoría de los pensadores y jefes políticos – dice Le Goff - lo esencial era no cambiar. El cambio es corrupción y calamidad..." Entre los griegos, Simónides de Ceos (550 a.C) expresaba: "Hombre, nunca digas lo que pasará mañana" y Platón legaba al mundo su creencia en una constante regresión moral y una historia futura prefijada. Aristóteles aceptaba como posible la construcción de modelos perfectos, pero estaba convencido que no representaría otra cosa que el retorno a la perfección original.
Los romanos comienzan a apartarse lentamente de esta veneración del mundo antiguo a la imagen de la Edad de Oro. Ciceron establece su teoría de los ciclos históricos e imagina un destino común para toda la humanidad. Si el hombre es capaz de elevarse a la dimensión cósmica en donde viven los dioses, entonces se convierte en agente consciente de la historia y la realiza; de lo contrario deja de ser históricamente. Pero en esta concepción de la historia, Cicerón cree que el Estado debe encarnar asimismo ese modelo ideal o de lo contrario desaparecer. Séneca, entre otros estoicos, llega a aceptar la posibilidad de un cierto progreso científico: "...Queda aun mucha tarea y mucha irá quedando, y ni dentro de mil siglos existirá ningún hombre nacido a quien quede encerrada toda ocasión de añadir alguna cosa. Pero aunque los antiguos lo hubieren descubierto todo, siempre volverá a presentarse el estudio de la manera de hacer uso del descubrimiento de los demás, de su conocimiento y ordenación..." Sin embargo, Séneca cree también en una humanidad destinada a la decadencia moral.
Esta visión del mundo antiguo frente a una decadencia inevitable creó una potente corriente iniciática basada en el mito del eterno retorno y el restablecimiento de las antiguas civilizaciones que aun perdura y que dio sustento en este siglo a los grandes movimientos totalitarios de Europa. El concepto de progreso que sostiene la francmasonería colisiona dramáticamente con estas corrientes. Es en este sentido que no puede asimilarse la francmasonería a las antiguas Escuelas de Misterios del mundo clásico y es por esa misma razón que constituye un nuevo concepto de iniciación diferente al que intentan introducir distintas corrientes místicas en el siglo XVIII y XIX y que están más cerca de los conceptos del mundo clásico que de las ideas de Libertad, Igualdad, Fraternidad y Progreso.
Y si bien la francmasonería guarda elementos comunes a todas las escuelas iniciáticas en tanto se vale de la iniciación y de un lenguaje simbólico, el enorme aporte de la Orden a la civilización es la utilización del símbolo como herramienta capaz de convertirse en principio y factor inspirador de cambios sociales. Este carácter sociológico del símbolo induce un nuevo orden moral, establece nuevas normas de conducta y adquiere una dimensión ética en la vida republicana, en la lucha por los derechos humanos, en una nueva sociedad regenerada. Emergiendo del misterio mismo alcanza su destino final en la construcción del progreso.
¿Cuándo comenzó a construirse el concepto de progreso? Esta es una pregunta fascinante. ¿En que momento se conjugó por primera vez la vía iniciática con el propósito de construir el progreso? ¿Qué hechos históricos dieron marco a la evolución de estos movimientos contenidos en el seno de asociaciones iniciáticas capaces de liderar revoluciones y cambios socioculturales de semejante magnitud? ¿Cómo nace concretamente la idea de progreso en Europa?
Hacia fines del año 406, en el territorio que actualmente ocupa Alemania, tuvo lugar un acontecimiento llamado a convertirse en uno de los sucesos que tanto necesitan los historiadores para sus cronologías. Un invierno gélido cubrió aquella parte de la vieja Europa helando el Rin, la última barrera fluvial que aún contenía la ola bárbara. Aquella noche, cerca de 15.000 guerreros, seguidos de sus mujeres e hijos, cruzaron el río para penetrar profundamente en la provincia romana de la Galia.
A partir de aquel evento, y a lo largo de todo el siglo V las provincias occidentales ya separadas del Imperio Romano de Oriente, sufrieron el embate permanente de las tribus bárbaras procedentes del norte y de las tierras del este.
Estas provincias occidentales, sometidas a graves conflictos políticos y sociales, ahogadas económicamente y con recursos inadecuados para su propia defensa, atraviesan una dramática situación de enfrentamiento con estos pueblos extranjeros que se lanzan como una marea hacia lo que antaño fuera el corazón del Imperio. Estos acontecimientos han sido definidos por la mayoría de los manuales de historia como "La Caída del Imperio Romano"
"...Aceptamos esta división por el peso de nuestra educación y por la fuerza que la cronología ejerce sobre los historiadores..." dice Jacques Heers. La realidad es que estas invasiones habían comenzado mucho tiempo antes, hacia el siglo III y que se prolongarían durante largos siglos más.
La situación se agravó en las últimas décadas del siglo IV, cuando la nación de los hunos comenzó una gran expansión hacia occidente empujando a los pueblos germánicos dentro de las fronteras ,los limes, de Roma poniendo en peligro su civilización. Existen sobradas pruebas y documentos de la zozobra, el desorden y la destrucción que estos pueblos causaron, principalmente sobre los habitantes de las ciudades del imperio. Sin embargo, estos bárbaros (vocablo con el que los griegos designaban a todo aquel que fuera extranjero) no lo eran tanto.
Como hemos dicho, desde los albores del siglo III, habían penetrado paulatinamente dentro de los antiguo limes romanos estableciéndose en tierras a uno y otro lado de la frontera bajo la influencia directa de la civilización romana. En su ensayo sobre "Las mutaciones de la cultura Occidental" Jacques Fontaine expresa "...Su deseo, conmovedor y contradictorio, era conservar sus costumbres y su organización social, en suma, su personalidad, teniendo el honor de convertirse en romanos de pleno derecho".
Muchos historiadores coinciden en que la idea de que las invasiones bárbaras acabaron con la civilización romana imponiendo tradiciones completamente nuevas constituye un punto de vista completamente erróneo. Es famosa una frase atribuida al rey visigodo Ataulfo en ocasión de su casamiento con una princesa imperial, Gala Placidia. En la ceremonia, realizada en Narbona en 414, Ataulfo exclamó: "...¡Sostener a Roma con el poder de los Godos!..."
De la misma manera que estamos condicionados por las cronologías solemos aceptar que con la caída de Roma el mundo se sumergió en un mar de tinieblas del cual solo emergería seis siglos después con el establecimiento de las etapas finales del feudalismo, el resurgimiento de las grandes ciudades y la construcción de las catedrales.
Estos siglos oscuros se han considerado muchas veces como una infortunada interrupción del progreso del mundo occidental, una época singularmente improductiva "...una era en que las mejores energías del hombre se dedicaron a empresas mezquinas, a violencias vanas y a una agricultura de simple subsistencia..." ¿Es este un juicio correcto? Indudablemente es el juicio unánime de todos los escritores latinos contemporáneos a esta irrupción. Gerald Simon, en su ensayo sobre "Los Orígenes de Europa" afirma que fue el carácter propio de los pueblos bárbaros, su irrupción abrupta y su inclinación a la batalla y al botín lo que contribuyo a endurecer el juicio riguroso de los cronistas de Roma
Podríamos resumir los "delitos" atribuidos a los pueblos bárbaros en:
Haber provocado la caída del estado romano occidental
Haber interrumpido el dorado cordón de la cultura clásica
Pero la civilización que se construyó en Europa luego de la invasión de estos pueblos bárbaros contiene elementos fundamentales ligados a los principios que posteriormente desarrolló y por los que luchó fervorosamente la Orden de los francmasones. Mientras muchos masones insisten en anclar la historia de la Orden únicamente a las instituciones del mundo clásico, los historiadores descubren el germen de los grandes principios que construyeron a la moderna Europa en los pueblos bárbaros. Algunas consideraciones acerca de esta revisión podrían parecernos sorprendentes.
Para conformarnos una real dimensión de sus alcances conviene exponer la opinión de algunos prestigiosos medievalistas.
"...Los privilegios de los que se hizo renuncia en Versalles en 1789, tuvieron su origen en esta época tumultuosa. Si bien los bárbaros han perecido, otros legados de comienzos de la Edad Media siguen siendo símbolos distintivos de la sociedad occidental, entre ellos el gobierno parlamentario o representativo, el sistema de tribunales y jurados, y los estados existentes en Europa..."
Karl Morrison
"...Ciertamente el derecho bárbaro da un testimonio de una mentalidad y una práctica originales: responsabilidad colectiva de la familia, reducción de los delitos por medio de multas (wergeld), duelos o pruebas judiciales..."
Jacques Heers
"...De estos reinos rudos, beligerantes, surgieron los primeros estados-naciones modernos y una civilización que fijó las pautas a todas las demás en cuanto a libertad personal, desarrollo económico y progreso científico. Podemos encontrar el concepto mismo de ‘progreso’ – la creencia del mejoramiento inevitable y continuo del hombre – en ideas nacidas en la época bárbara..."
Gerald Simon
Cuando los bárbaros avanzaron hacia el occidente europeo se encontraron con pueblos que ya habían sido conquistados en su espíritu. Por toda Europa el cristianismo triunfaba. Ya no era una religión emergente; se expandía a gran velocidad y se organizaba bajo una estructura en cuyo poder se sustentaba: Los Obispos. Los días de la Gran Persecución decretada por Diocleciano habían quedado definitivamente atrás y las instituciones del mundo clásico agonizaban sin remedio. Los antiguos dioses eran perseguidos y aniquilados uno tras otro y los cristianos parecían muy felices de ello.
Por los mismo años en que los bárbaros se establecían de este lado del Rin, Isidoro de Pelusio – sacerdote cristiano establecido en Egipto cerca de la actual ciudad de Suez – escribía: "...La religión de los paganos, predominante durante años y años a costa de tantas penalidades, de tantas riquezas como se gastaron y tantos hechos de armas, ha desaparecido ahora de la faz de la tierra...". Agustin recibía en Hipona mensajes desesperados de obispos establecidos en Europa que creían ver en la marea bárbara las claras señales del fin del mundo. Los calmaba como podía, repitiendo que ya en el siglo III Europa había resistido males mayores. Pero la realidad era que el mundo estaba cambiando definitivamente y que los bárbaros se llevarían lo poco que los cristianos habían dejado de aquella antigüedad perdida. Los antiguos Templos habían sido cerrados por Constantino... y desde él en adelante, uno tras otro los emperadores habían acometido la tarea de cristianizar el Imperio con mayor o menor resolución. Hacia 528, Justiniano conminó a todos los paganos a bautizarse en un plazo perentorio de tres meses y en 529 prohibió definitivamente la actividad de profesores paganos en la Academia de Atenas, en las universidades griegas y los centros de oratoria.
A medida que sucumbían estas instituciones, que habían constituido la columna vertebral de la cultura clásica durante siglos, comenzaba a gestarse una nueva cultura que tardaría otros tantos siglos en encontrar su identidad.
Es justamente en este interregno en el que han quedado atrapados la mayoría de los historiadores que intentaron atar a la francmasonería al las Escuelas de Misterios del mundo clásico. Autores como Emile Rebold y el propio Carl Krause han intentado encontrar un puente que una a los antiguos colegios romanos con las primeras guildas medievales. Y es aquí, en ese cono de sombra que se extiende entre el siglo IV y el VIII, que la leyenda intenta una vez más otorgarle a la francmasonería una continuidad desde el pasado introduciendo a los Maestros de Como. Sin embargo, es también en este punto en donde comienzan a encontrarse las huellas del complejo desarrollo de las grandes corporaciones de arquitectos medievales. Por fuera de la historiografía masónica existen importantes investigaciones en torno a Como, en Lombardía, como un centro importante en cuanto al arte y la arquitectura, no en una época tan remota como el siglo VII, tal como lo indicaban aparentemente los trabajos de Ludovico Muraturi en el siglo XVII, sino con posterioridad al año 1000. Aunque es realmente posible que hayan existido en un ámbito geográfico limitado mucho tiempo antes
Lo que no resulta claro aun es si estos maestros albañiles de Lombardía que tuvieron activa participación en la difusión del arte románico primitivo meridional, fuesen conscientes de una herencia de orden iniciático o tuviesen necesidad de ella. Según parece, esta necesidad de remontar sus orígenes a un pasado remoto surgió en las corporaciones medievales mucho tiempo después. Efectivamente, existen documentos de estas asociaciones que establecen los comienzos de su tradición en la antigüedad, pero no en la antigüedad clásica sino en los tiempos del rey Salomón y la construcción del Templo de Jerusalén. Pero estos documentos son posteriores al siglo XII. Resulta un hecho por demás interesante que es hacia esta época (el siglo XIII) en que aparecen los primeros indicios concretos de un desarrollo de la idea de progreso. Jacques Le Goff reconoce estos indicios y menciona tres ejemplos concretos: La Escuela de Chartres en el siglo XII; el milenarismo del cistercense Joaquín Da Fiore en los siglos XII y XIII y Roger Bacon en el siglo XIII.
A este punto surgen nuevos interrogantes, como por ejemplo: ¿Qué tipo de organización eran estas corporaciones de constructores antes de que establecieran sus primeras constituciones y se dieran a sí mismas un origen, una razón de ser y un destino?. ¿Cómo evolucionaron estas escuelas de oficios antes que los mismos Papas les otorgasen las franquicias especiales que constituyeron su particular característica? ¿Qué participación real tuvieron en el desarrollo cultural de la Alta Edad Media? ¿Qué rol cumplieron durante la construcción del feudalismo? y ¿Cómo actuaron cuando irrumpe la edad de la razón y las grandes catedrales?
El arte bárbaro introduce grandes avances en las llamadas "artes menores". Pero las grandes construcciones aun conservan la influencia romana en el sur y la celta en el norte. No parece probable que hayan existido cofradías organizadas de constructores en los principios de la Alta Edad Media, salvo las dependientes de los distintos poderes "reales", los arquitectos dependientes del Emperador Romano de Oriente y los que trabajaron bajo la dirección del movimiento monástico. En este último punto nos introduciremos a continuación.
Los "masonerii" benedictinos
Hacia el 480 nace un hombre que sin lugar a dudas pondría los cimientos de una obra extraordinaria. Su nombre era Benito, y pasaría a la historia como San Benito. Hijo de una distinguida familia de Nursia, estudió en Roma y desde muy joven fue presa de una profunda energía espiritual. Como muchos otros en su tiempo, se retiró a una vida solitaria decepcionado con la degradación en la que había caído la ciudad, para vivir en una caverna en una zona deshabitada cerca de Subiaco.
Su fama se extendió con el tiempo y muchos hombres acudían a él en la búsqueda del sosiego, la paz y sabiduría. La vida de ermitaño que Benito se impuso no le impidió mantener contacto con el mundo, y muy pronto se estableció un numeroso grupo en su entorno. Europa estaba por entonces desquiciada, presa de los bárbaros y los cristianos. Las fuerzas que otrora tensaban los tendones del Imperio casi habían desaparecido por completo y reinaba un gran caos. Pero fue justamente desde este caos que comenzó la génesis del orden cumpliéndose una vez más la antigua premisa.
Lo cierto es que Benito organizó a su gente; conformó una comunidad y la reunió alrededor de una regla. Esa comunidad se convirtió en lo que sería el monasterio de Monte Cassino y sobre esta regla se estableció gran parte de la civilización occidental. Algunos autores han puesto en duda que esta regla, sencilla y particularmente sabia, haya sido creación de San Benito. También se ha intentado establecer una relación entre esta y la llamada "Regla del Maestro" atribuída a los esenios. Lo cierto es que hacia 527 la orden benedictina había sido fundada y muy pronto se expandiría por toda Europa cambiándole lenta pero inexorablemente su faz.
¿Quién era Benito de Nursia? Por lo pronto alguien que comprendió el imperativo del momento: Reconstruir. Tenía en su poder un mensaje poderoso, el de aquel cristianismo aun primitivo, aun oriental, y toda esa gente que depositaba en él sus esperanzas y a la que había que poner rápidamente a trabajar. Estableció horas para ese trabajo y lo sistematizó, reservó horas para el estudio y la lectura y también para el rito y la liturgia.
Las comunidades benedictinas pronto redescubrieron las enormes ventajas de la explotación de la tierra impulsados por la necesidad de abastecer sus propias comunidades. Su inclinación enérgica al trabajo le devolvió el sentido a los oficios y los introdujo en la necesidad fundamental de la civilización: La Construcción.
Sin embargo todo esto tuvo un agregado que lo potenció a escalas infinitas: Los benedictinos comenzaron una recopilación y un rescate sistemático de cuanto documento escrito se había salvado. Se establecieron las primeras bibliotecas y comenzó la tarea ciclópea de interpretar y copiar todos esos documentos. Considerados heréticos casi en su totalidad por el clero, fueron recogidos y celosamente guardados por los benedictinos. Sus monasterios fueron también depósito y salvaguarda de numerosas obras de arte. Pero la principal preocupación de los benedictinos fue conservar esos manuscritos contra todo riesgo. La importancia de este trabajo y la dimensión y cantidad de obras que los monasterios benedictinos conservaron ha llevado a muchos autores a reconsiderar si no se ha actuado con cierta injusticia cuando se atribuye con tanta facilidad al Islam el haber introducido en Europa las obras de Aristóteles y Platón.
Pero los benedictinos descollaron en una actividad que nos interesa ampliamente y que fue su labor como constructores y arquitectos. Escuchemos lo que decía Findel al respecto: "...La construcción de los edificios religiosos se debe, en primer lugar, a la iniciativa del clero. Los conventos fueron los verdaderos focos de la actividad industrial y fecundaron también el suelo, transformando en verdes oasis llanuras estériles y desiertas. Por estas causas el arte de construir fue en principio ejercitado por los monjes. Los benedictinos primero y más tarde los cistercenses, se ocuparon de la construcción. Cada convento era una colonia, donde además de dedicarse a la práctica de la piedad, se estudiaban las lenguas, la teología y la filosofía, se ocupaban activamente de la agricultura y se ejercía y enseñaban todos los oficios... Los abades trazaban los planos y dirigían su construcción, estableciendo de este modo una corriente de inteligencia entre las relaciones de los conventos..."
Fessler, entre otros, ya había marcado la importancia de los benedictinos en el arte de construir en el mundo medieval. En su "Historia Científica de la Francmasonería" indica que los monjes llevaban en la Edad Media los nombres de caementarii, latonii y de masonerii.
Mientras Benito de Nursia fundaba Monte Cassino en Italia, Justiniano emprendía la reconquista de las antiguas posesiones del Imperio y reprimía con ferocidad las protestas de los ciudadanos de Constantinopla que resistían sus reformas. La más terrible fue la de 532 que produjo la muerte de más de 30.000 personas y que provocó un incendio que destruyó la gran basílica de la ciudad. Inmediatamente, Justiniano puso en marcha la construcción de Santa Sophia, una obra extraordinaria que se completó en solo cinco años y que requirió de la intervención de grandes arquitectos. Testigos de la época han calificado a esta empresa como prodigiosa, dadas las dimensiones y la técnica utilizada para levantar los enormes pilares y las grandes arcadas de la nueva basílica que tambaleaban ante el peso inmenso de la obra. Sin embargo, los arquitectos de Justiniano persistieron y completaron el edificio que sería tomado como modelo, más de 1000 años después por el gran arquitecto turco Sinam, constructor de las grandes mezquitas otomanas.
Europa occidental distaba mucho de la estabilidad de las tierras orientales del Imperio. Hacia 540, año en que fue consagrada Santa Sophia, los ejércitos de Justiniano habían reconquistado Roma, Sicilia, Cartago y Ravena luego de más de 100 años de dominación bárbara. En ese escenario comenzaría la tarea de los benedictinos.
Hacia fines del siglo IV, Monte Cassino ya había sido destruido por los ejércitos lombardos que saqueaban el norte de Italia. Pero la regla benedictina comenzaba a esparcirse por toda Europa, y un hombre nacido de este movimiento monástico ocupaba el trono de Pedro: San Gregorio Magno (+ 604). Muchos cristianos comenzaban a comprender que ya no solo se trataba de asumir una "conversión" formal de la religión sino que esa conversión debía implicar un profundo cambio de vida. Los años oscuros que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente habían dejado al mundo sumido en un gran caos y una gran oscuridad espiritual, pero pronto, muchos varones siguieron el ejemplo de San Benito y decidieron asumir un "estilo de vida cristiano más estricto y riguroso". La búsqueda de la santidad comenzaba a producir profundos cambios en esta sociedad disgregada y martirizada. Los emperadores de oriente llegaron a considerar esta tendencia con preocupación, puesto que la cantidad de jóvenes que abandonaban la vida seglar para ingresar en la atmósfera moral de los monasterios ponía en riesgo la provisión de efectivos para los ejércitos imperiales, "En 593 el Emperador Mauricio promulgó un edicto por el que prohibía hacerse monjes a todos los varones que estaban en edad de prestar servicios militares".
El monasterio era, en la idea de Benito y también en la de Gregorio, "una escuela al servicio del Señor", y si bien la Regla benedictina ha sido frecuentemente definida como una "regla para principiantes", en el solo podía aspirarse al máximo sacrificio que un hombre de aquella época pudiera concebir "...En una sociedad como aquella, en la que cada uno tenía conciencia muy intensa de su status, la mortificación más heróica era someterse a la autoridad de un abad"
La estructura de estos movimientos monásticos fundados a partir de San Benito, San Columbano y otros monjes del siglo VI y VII, y que luego se convertirían en Ordenes poderosas, se extendió a lo largo de toda Europa, desde Finisterre hasta Kiev y no solo dio su rumbo al primer milenio de la Era Cristiana sino que monopolizó en sus claustros la educación intelectual y moral de la civilización europea. Y si bien en la época de San Gregorio Magno estamos aun muy lejos de las grandes abadías benedictinas, por más humilde que sea cada comunidad de monjes, hay en ella al menos una copia de las Sagradas Escrituras. Otros monjes, como Aurelio Casiodoro Magno (+567), comprenderían la necesidad de sistematizar la labor de copiado de los textos sagrados, con lo cual con el tiempo todas las comunidades monásticas tuvieron bibliotecas mínimas y luego verdaderos tesoros de la literatura universal.
Lentamente, en torno a estas pequeñas agrupaciones de hombres mitad santos, mitad desesperados, en medio de aquella desolación en la que poco a poco se fue convirtiendo el occidente europeo, comenzó a cimentarse una nueva civilización. El choque de las fuerzas bárbaras con los latinos del sur y los celtas del norte, la continuidad de las invasiones a lo largo de los siglos posteriores, las potencias espirituales en permanente expansión tras el afán evangelizador en todas las fronteras, y la recuperación paulatina de la conciencia histórica, prepararán el advenimiento de fuerzas nuevas.
Entre los líderes de estos movimientos monásticos estarán los más grandes pensadores del medioevo. Y bajo la dirección de los grandes abades aparecerán las primeras expresiones de una arquitectura renovada que mostrará sus posibilidades en el arte románico y estallará con toda su potencia en el gótico. Bajo su protección encontraremos también las primeras evidencias de una masonería primitiva, fruto de la renovación del conocimiento y las técnicas de la construcción, el momento en que tal como dice J. G. Findel, "... al lado de los monjes arquitectos aparecieron arquitectos laicos...".
Verdades y mentiras de una vieja institución
Una de las instituciones menos entendidas y peor juzgados a lo largo de la historia ha sido la Masonería. Sobre ella se ha escrito mucho, tanto por autores interesados en defenderla como por sus acérrimos enemigos atrincherados en los más variados y diversos puntos de vista. La Masonería es una institución de la que poco se conoce, a pesar de la numerosa literatura publicada sobre sus enseñanzas y sus rituales
Hay quien considera que esta institución no tiene secretos que ofrecer y todo lo referente a sus misterios ha sido publicado, pero este punto de vista es falso, o por lo menos no del todo cierto. Es lógico suponer que cuando se adquieran en cualquier librería los manuales secretos de sus enseñanzas y rituales se piense que basta esta adquisición para penetrar en sus auténticos misterios. Quienes piensan así están cometiendo un grave y elemental error. Es posible empaparte de toda la literatura masónica e inclusivo ser recibido de manera ritualística y continuar siendo un ignorante de la verdadera y auténtica masonería. En estos hechos es donde reside el secreto masónico.
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana en su intento por centralizar la fe de los humanos, en acto de soberbia y autosuficiencia, le declaró la guerra a muerte y excomulgó a la numerosa población masónica, calculada en la actualidad en unos cinco millones ochocientos mil miembros regulares. Pero gracias a la prudencia y moderación del Papa Juan XXIII, el pesado decreto de excomunión fue abolido y las relaciones entre la Iglesia y la Masonería aparentemente se normalizaron. Es importante señalar que si alguien se beneficia con esta nueva disposición, es precisamente la propia Iglesia Romana, que así presento una nueva imagen distinta a la de los jueces de la Inquisición.
En el pasado muchos sacerdotes se acercaron a la Masonería y encontraron en ella la explicación de sus vivencias espirituales y una manera de entender sus enseñanzas. Se puede afirmar que muchos sacerdotes gracias a la enseñanza de la Masonería aprendieron a ser mejores cristianos. Conocí hace muchos años, a uno que se sorprendía de los absurdos ataques y anatemas proferidos por la Iglesia contra una institución, que lejos de negarla más bien lo daba razón a su esoterismo, como lo confirman los trabajos y rituales del grado dieciocho. Ese viejo sacerdote nos decía que él había aprendido en la Masonería lo que nunca le habían dado en el Seminario. Y así encontramos afirmaciones que señalan a la Masonería como una institución de origen burgués, surgida como oposición a la iglesia de origen monárquico. Estos planteamientos aparentemente parecen ser ciertos, en vista de los aportes ofrecidos por la Masonería para el surgimiento de los procesos revolucionarios que permitieron el ascenso de la burguesía al poder como lo son las revoluciones americana y francesa.
Los aparentes fundamentos de las afirmaciones anteriores disponen de un marco de referencia erróneo, que interpreta como originaria de la filosofía y enseñanzas de la Masonería, los efectos a consecuencias de las acciones a posiciones políticas asumidas por los masones de aquel determinado momento histórico. Se puede afirmar que estos procesos de independencia se inspiraron en la institución pero no fueron fomentados ni dirigidos por la Masonería como fraternidad o hermandad esotérica. Esta confusión surge de un incompleto conocimiento de los verdaderos propósitos de las enseñanzas de la institución y se don por cierto, aspectos que no lo son.
Es necesario distinguir entre los fundamentos de una institución y la actividad exterior que se proponen realizar los miembros de esa organización bajo su propia responsabilidad.
La Masonería dispone de un conjunto de enseñanzas que la ubican como la institución guardiana, por excelencia, de las sagradas tradiciones propias de la cultura occidental Es ella la depositario de los más prístinos y valores trascendentes del simbolismo esotérico de nuestra cultura. Es además, la síntesis histórica de todo el proceso de espiritualización de nuestros pueblos. En ella se resumen desde la iniciación de los egipcios hasta las más altas enseñanzas de] cristianismo. Estas características le dan una perennidad que podrá superar los más rudos ataques.
Pero más allá de todos estas afirmaciones existe una Masonería que sólo puede ser descubierta en el corazón de los hombres que han realizado sus auténticos principios. La Masonería que no se refugia entre cuatro paredes sino que se descubre en los ojos y los gestos de los sabios de todos los tiempos. Esa masonería no se encuentra en los libros, ni en las conversaciones y discusiones. Tan sólo los talleres que han aprendido a trabajar la piedra en silencio, son capaces de hacer manifiesta en la vida cotidiana los valores y los principios de la verdadera y auténtica Masonería.
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