por NECORA » Lun Oct 25, 2004 12:06 am
Bueno, ya que Bor habla de historias escalofriantes....
Aquel día Ana se había quedado hasta tarde en la oficina. Sus rítmico y sonoro taconeo resonaba en los pasillos del metro a medida que caminaba. Sus pasos eran rápidos, el próximo tren, el último de ese día, estaba pronto a llegar y no podría perderlo además, la ausencia de personas a esa hora por los pasillos la generaban intranquilidad y prefería llegar cuanto antes al andén.
El tren y ella hicieron entrada al mismo tiempo, lo que obligó a Ana a correr hasta alcanzar la última puerta del último vagón. Al instante de entrar las puertas se cerraron tras de sí, y el tren reanudó su marcha.
Ana, algo sofocada por la carrera, acudió a sentarse de entre los asientos que más próximos le quedaban, a la derecha de la entrada y de frente. Al sentarse, mientras espiraba profundamente, reparó en que el vagón iba prácticamente vacío, a excepción de tres viajeros que iban sentados juntos, a unos dos metros a la izquierda y en los asientos de enfrente de ella.
La primera impresión no fue muy grata. Aquellos tres jóvenes no tenían muy buena pinta. Parecían delincuentes, quizá incluso fuesen drogadictos. Entonces, Ana hizo un gesto de incomodidad y se deslizó con el cuerpo al asiento de su derecha, hasta topar con su pierna la barra vertical, que asió con la mano, tratando, de forma simbólica, aumentar la distancia entre aquellos chicos y ella.
Estaba intranquila. Disimuladamente volvió a mirarles y pudo verlos con mayor detalle. El de la izquierda, el más lejano a ella, tenía el pelo largo, sucio. De vez en cuando carraspeaba e inclinaba su cabeza hacia delante para escupir entre sus piernas. El de la derecha, el más próximo a ella, tenía las manos y la cara manchadas como de aceite. Y el del medio, tenía su mirada puesta en Ana, lo que la obligó a disimular y dejar de mirarles.
La mirada de aquel chico, la puso más nerviosa. Sentía que aún la observaba. Entonces Ana miró hacía el otro vagón con el deseo de ver en él a otros viajeros y así tranquilizarse. Pero descubrió que no iba nadie en él. Aquello aumento su miedo y a pensar, si debería de bajarse en la próxima estación con la consiguiente perdida del último tren, tendría que salir a la calle y buscar un taxi lo que demoraría su llegada a casa. Si se quedaba en el vagón, aún la quedaban 9 estaciones hasta su destino. Entonces volvió a mirarles, y al alzar la vista su mirada se cruzó con la del joven, aún la estaba mirando. Era una mirada fría, penetrante. Ana retiró su mirada al instante, pero los ojos de aquel chico se le quedaron grabados. Su rostro no tenía expresión, era un rostro rígido, inmutable.
Percibió que el chico de la derecha giraba medio inclinada su cabeza hacía los otros dos y tras susurrarles algo la miró de reojo. Justo en ese instante y sin levantar la cabeza el chico del pelo largo la miró por un instante con los ojos entornados y acto seguido se frotó la nariz. Ana miró a sus pies, no debía mostrar miedo, si lo hacía quizá los envalentonase y les daría pie a que reaccionaran.
Su miedo la traicionó, y les volvió a mirar, y nuevamente su mirada se cruzó con la mirada del joven del medio. Una mirada fija, penetrante, fría.
Entonces decidió bajarse en la siguiente estación. En el momento en el que el tren parase ella se levantaría y saldría. Hasta ese momento no tenía que dar pistas sobre lo que iba a hacer, tenía que dar a entender que su viaje continuaba. No hacerlo podría provocar que ellos anticiparan sus intenciones.
En ese instante, la luz de la estación entró de golpe por las ventanas del tren. Ana disimulaba mirando sus zapatos, sin dar importancia de la llegada del tren a la estación. Y aguardó, ... y aguardó, pero su temor volvió a traicionarla y volvió a mirarles, nuevamente se encontró con la mirada de aquel joven, aquel rostro frío, aquella mirada fría que no cesaba de observarla.
El tren paró, y Ana alzó su mirada hacía la puerta, y observó que al otro lado un hombre de unos 40 años aguardaba para entrar. Entonces, dudó. Y en ese instante, mientras dudaba, el hombre entró en el vagón y caminó hacía la parte donde estaba Ana, y quedándose de pie, se agarró a la misma barra dónde Ana estaba agarrada.
Ana no reaccionó. Aquel hombre le proporcionaba ahora una seguridad. Ya no era tan necesario salir de aquel tren. En un instante, las puertas se cerraron, y como por acto reflejo Ana volvió a mirar a aquel chico, y aún la observaba, con aquella mirada que la producía temor. El tren emprendió la marcha y en ese instante el hombre que acababa de entrar se movió y se sentó a la izquierda de Ana. Esto la tranquilizó por un lado, pero por otro la hizo generarse nuevos temores ¿por qué se había sentado justo al lado de ella habiendo tanto asientos libres? En ese instante, aquel hombre, desplegó un periódico ante él.
Las dudas, el temor, el miedo, mantenían a Ana intranquila, sin saber qué hacer. Entonces por acto reflejo dirigió su mirada al periódico de aquel hombre, tratando de tranquilizarse leyéndolo.
Ante su sorpresa, Ana observó que el hombre escribía algo en el borde del periódico. Algo dirigido a ella que le hizo dar un vuelco el corazón, “en la próxima estación apeate conmigo”.
Aquel mensaje hizo que Ana sintiera un escalofrío y le miró, miró al hombre. Pero él permanecía inmutable mirando el periódico. Ana volvió a leer el texto, y en ese instante el hombre golpeó suavemente con el bolígrafo el periódico, señalando con su punta el texto. Ana hizo como si no lo hubiera visto y cerró sus ojos. Entonces notó que la observaban y al abrirlos vió los ojos de aquel joven que clavaban su mirada en ella.
Ana comenzó a pensar sí el mensaje era de advertencia, un consejo, o era un truco de este hombre para conseguir malas intenciones. Entonces tomó la decisión. Se bajaría del tren y saldría corriendo, allí tenía más posibilidades que quedándose en el vagón, puesto que aquel hombre daba a entender que en la próxima estación él se bajaría y nuevamente ella se quedaría con aquellos tres jóvenes sola.
Así, cuando el tren llegó a la siguiente estación, Ana miró de reojo nuevamente al joven que aún la miraba con aquellos ojos, con aquel rostro serio, inmutable.
Ya en el anden, Ana observó como más gente de los primeros vagones bajaban con ella y aquello la tranquilizó. Entonces se acercó el hombre del periódico y la dijo:
- ¿Sabes por qué te he dicho que bajaras?
- No.
- ¿ Has visto a esos tres muchachos, verdad?
- Sí.
- Bien, pues tengo que decirte que soy médico, y nada mas entrar en el vago me he dado cuenta que el del medio, estaba muerto.
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