BUDA

Mitos, leyendas y ritos de todas partes del mundo.

Moderador: Arkantos

BUDA

Notapor J » Dom Ene 22, 2006 12:00 pm

Hola a todos:
Siguiendo con las lecturas, les envio algo mas para que lo disfruten.

EL BUDA
El príncipe ario Sidarta Gautama, de la tribu de los sakias, el que después fue llamado Buda, vivió y predicó en el siglo VI antes de J.C. No sabemos con exactitud la fecha de su nacimiento, pero tendría ya casi ochenta años cuando murió en 543, según los cómputos de los monjes de Ceilán. Hoy se tiende a dudar de esa fecha y a creer que hay que poner la predicación de Buda en el siglo V en lugar del VI; así es que el Buda sería contemporáneo de Sócrates y de Nahemías.
La juventud de Gautama se deslizó sin contratiempo en el palacio de Kapilavastu, al norte de la India. Los sakias estaban entonces en paz con sus vecinos y Sidarta casó con una prima suya también aria, princesa de la tribu del “otro lado del río”. Aunque la leyenda lo haya decorado con poéticos detalles, es casi seguro que su conversión de afecto así; un día, Guatama, paseando en su carro con su escudero Chan, se encontró con el espectáculo de la vejez, la enfermedad y la muerte, que de súbito lo abrieron los ojos para comprender la pobre trama de la vida.
Primero distinguió a un hombre viejo, al lado del camino” ¿Quién es ese cabello blanco, ojos apagados y cuerpo tembloroso?”, Preguntó a su escudero, Chana contesto: “Es un viejo; antes fue un niño de pecho, y después un joven lleno de vida, pero ahora su lozanía se ha marchitado y ha perdido su fuerza..” Guatama replico: “¿ Y como puede nadie regocijarse cuando sabe que pronto envejecerá y se extinguirá su vigor?”.
Y he aquí que, mientras hablaba todavía, vio a otro hombre que se quejaba, respirando febrilmente: “¿Qué tiene ese hombre?”, Pregunto Gautama. “Está enfermo-contesto el escudero-; los órganos de su cuerpo se hallan descompuestos; todos los humanos estamos sujetos a tales desórdenes.”
El escudero picó los caballos para escapar de aquella visión, pero pronto se encontraron con un entierro. “¿Qué llevan esos hombres tan tristes, entre coronas y flores?” El escudero respondió: “Acompañan un cadáver. Sus miembros están rígidos, sus pensamientos le han dejado, no tiene vida, sus placeres y sufrimientos han terminado. Todo tiene que morir; no es posible eludir la muerte”.
Desde aquel día, Gautama fue otro hombre. Al preguntarle su esposa la causa de sus preocupaciones, contestaba: “El hombre envejece, enferma y muere; ¿qué incentivo puede tener para el la vida?”.
Por fin, al nacer su único hijo, cuando ya tenía Gautama veintinueve años, decidió abandonar Kapilavastu para hacer vida de mendigo. Marcho primero a una ciudad llena Rajada, donde había maestros de la antigua sabiduría de los Vedas. Vivían en las cuevas de las colinas que rodeaban la ciudad; más seguros allí que en despoblado, y lo bastante solo para contemplar sin distraerse los contrafuertes del Himalaya, que empiezan a distinguirse desde aquél lugar.
El propósito de Gautama es evidente quise aprender antes de empezar a enseñar. Pero lo que aprendió no le satisfizo. He aquí, poco más o menos, las enseñanzas que recibió de los brahmanes el futuro Buda y sus objeciones: el alma- decían los maestros de la vieja sabiduría hindú - es distinta de las sanciones. Cuando tú tocas una cosa, tu cuerpo es el que toca pero tu alma es la que percibe. Tu alma es la que resuelve. y piensa, pero también es ella la que siente el olor, la que nota el sabor, que tu nariz o tu paladar perciben. Dudar de la existencia del alma es un error que te aparta del camino de la salvación. La verdadera vía es purificar esta alma, separándose de las gentes, viviendo de limosna, sin apetencia ni responsabilidad. Sobre todo, reconociendo que el mundo material es un puro sueño, llegamos a una vida espiritual. Como un pájaro se escapa de la jaula, así vuela el alma cuando se siente libre de las sensaciones.
Estas eran las doctrinas de ciertas escuelas brahmáticas por aquella época; hasta aquí había llegado en los días del Buda. Las objeciones del príncipe Gautama, convertidos ya en Sakia-Muni, o el sabio de su tribu, creemos que van a sorprender al lector. Por de pronto, el punto capital de todo el budismo es negar la existencia del alma. Este pequeño ser vivo, espiritual pero humano, que, como un invisible homúnculo, los filósofos griegos y romanos y todos los doctores cristianos insistieron siempre en afirmar que llevamos encerrado en nuestro cuerpo ( el nous, la psyche, el espíritu, la umbra, el alma), fue el enemigo capital del Buda y de su escuela.
“ Nuestra miseria-replicaba el futuro Buda a los sabios hindúes- no proviene de la esclavitud del alma, sierva, como decís, de las pasiones, sino de que no nos hemos liberado de la personalidad, del yo. Decís que podéis separar el yo de sus actos, pero os equivocáis; El hombre es un compuesto de sus facultades; no existe ese entre extraño que, oculto por un telón, percibe lo que pasa delante. No existen cosas sin cualidades: son las cualidades las que forman las cosas. No existe el alma sin las facultades, son las facultades las que forman el yo..¡ Cuánta confusión viene del interés en uno mismo y en su propia perfección! El mero hecho de pensar que uno piensa, y que piensa bien, le despierta su vanidad. Además, si existe esta alma, como decís, debe persistir después de la vida, ya en el cielo, ya en la tierra, ya en el infierno..¿ Estaremos eternamente condenados a egoísmo y limitación?”
Los brahmanes repetían; “ No ves por doquier los efectos de esta caracterización de cada cosa? El conjunto de cualidades personales hace a los hombres diferentes en temperamento, fortuna y destino. El Karma, o personalidad, merece premio o castigo; por esto precisa la trasmigración del alma a otro cuerpo, heredando de nuestra existencia anterior los efectos de nuestras malas acciones y el galardón de nuestra bondad”.
Gautama les contradecía en estos términos “La existencia del Karma”. Que caracteriza cada persona y cosa, es innegable: Pero el yo no existe. Mi persona es una combinación, así mental como material”. De las primeras discusiones de Sakia-Muni con los brahmanes ya se desprende que en aquella época habría gran tolerancia en las escuelas indias hasta para las opiniones más arriesgadas. Esto debía facilitar después la predicación del budismo, pero, en realidad, Sakia-Muni no tenía nada que predicar todavía. Sus objeciones tenían sólo el carácter de una duda metafísica.
Desengañado de la escuela de Rejaga, el futuro Buda pasó al bosque para ver si, con la penitencia y el ayuno, podía liberarse de la personalidad que le atormentaba. Fijo su morada en la selva de Uruvela, en el lugar donde ahora se levanta el templo de Buda y allí por espacio de seis años mortificó su cuerpo ásperamente, hasta quedar reducido a un esqueleto. Probó a subsistir, dice la leyenda, con un solo grano de mijo al día. Tan dura penitencia la atrajo la admiración de las gentes, que acudían de muy lejos para implorar con respeto sus bendiciones.
Empero, Gautama no estaba satisfecho, su cuerpo se debilitaba sin lograr aumento de luz espiritual por medio de repetidos éxtasis. Buscando la verdad, no podía experimentar los raptos de amor que han contentado a los místicos de otras razas comprendió que necesitaba reforzar su cuerpo quería obtener la claridad del entendimiento. Para esto fue primero a bañarse en el río y, al tratar de salir del agua, se desmayó pero haciendo un gran esfuerzo consiguió llegar a la orilla. Al verle allí, tendido y extenuado, la hija de un pastor le ofreció un plato de arroz, que Sakia-Muni comió sin escrúpulo. Esto escandalizo mucho a los que le servían reverentes por su vida de penitencia y austeridad.
Abandonado por los que le admiraban y perseguido, añade la leyenda, por los espíritus malignos, que le tentaban de continuo, fue a sentarse al pie de un árbol que crece en la India, una higuera silvestre (ficus religiosa) llamada Bo. Era temprano, por la mañana, cuando comenzo a meditar a la sombra de la higuera, y antes de caer el día recibió la gran iniciación. Desde aquel momento sería el Buda, que quiere decir “El iluminado”. Había comprendido, no la naturaleza de Dios, no la causa del universo, sino la naturaleza del dolor, sus causas y su remedio. Esto es lo que descubrió el Muni de los sakias, por esto fue llamado Buda; todo el budismo dimana de la gran iniciación del Buda en ese día memorable para la historia del Oriente. Casi la mitad de la raza humana sigue, o cree seguir, la doctrina del iluminado bajo la sombra de la higuera.
Lo que pasó por la mente del príncipe Gautama el día de su transformación en Buda no lo sobremos nuca; él no quiso decírnoslo y la leyenda lo ha forjado a su sabor, contando fantásticas visiones.
Por de pronto, el Buda resolvió hacer lo que se llama la Gran Renunciación, esto es, no vivir para él, sino predicar a los hombres la buena nueva. Ante todo, quiso el nuevo Buda ir a convencer a sus maestros los brahmanes de Rajaga, y se encontró con que ya habían muerto. Después creyó que era deber suyo convertir a los cinco ermitaños que le habías servido en la selva de Uruvela y que al dejarle se marcharon a Benares. Vivían entonces como penitentes en un paraje de las afueras de la ciudad, llamado Parque de los ciervos. Al ver llegar a Buda, se confabularon para rechazarle como a un apóstata, pero impedidos luego por una fuerza misteriosa, le reconocieron como iluminado y le sirvieron como a un ser superior. El Buda, lleno de bondad, predicó a los cinco ermitaños en sermón famoso, conocido con el nombre de Sermón de Benarés o de la Fundación del Reino de la Verdad.
Por lo demás, la disciplina moral, que hoy llamamos filosófica, propuesta como el Buda como vehículo para obtener la suprema libertad no era una gran novedad en el siglo VI a.J.C. sobre todo en la India; sin embargo la oposición de este tratamiento de Justo Medio a las prácticas ascéticas de los brahmanes se ve reflejada en todos los discursos del Buda “Mortificación no procura conocimiento, cuanto menos procurará el triunfo sobre la sensualidad. Aquel que llena su lámpara con agua una vez de aceite, no obtendrá luz; el que frota dos maderos podridos, no encenderá fuego.”Comed y bebed según las necesidades del cuerpo, el agua rodea la flor del loto sin penetrar en los poros de sus pétalos”.
Había ciertas escuelas brahmanicas que insistían en lo mismo; una vida santa en pensamiento y en acción. Sin embargo, es original el método propuesto, Hay que romper las diez cadenas que nos atan y que, el Buda, son como sigue: la primera. Naturalmente, es la ilusión del yo soy, Nunca somos, pues estamos cambiando a cada momento. La segunda cadena es duda que pueda nadie liberarnos de este error del yo, y que pueda uno mismo salvarse. La tercera, la confianza excesiva en las buenas obras, principalmente en la eficacia de la mortificación. La cuarta, la sensualidad; los que pretenden conseguir la completa liberación deben practicar la abstinencia y el celibato, Para los que no hayan llegado a este grado, bastarán templanza y moderación. La quinta cadena es la de la pasión; la sexta, el deseo de una vida celestial, literalmente de un mundo sin forma. La octava cadena es la vanidad en la perfección ya obtenida. La novena, la excesiva seguridad en uno mismo. La décima la ignorancia
Con algunas variantes, el Buda coincide en su camino de perfección con lo que llamamos quietismo en Europa. Por esto conviene prestar más atención a la psicología budista, hasta dando a la palabra psicología el mismo valor que tiene entre nosotros, o sea, ciencia del alma. A pesar de que niega la existencia del alma, sorprende la extraordinaria agudeza del Buda para explicarse la formación y funcionamiento de la personalidad. Se ha llegado a pensar, por los primeros escritores budistas, que la famosa solución que se llama la Rueda de la Verdad fue lo que descubrió el Buda el día de su iluminación debajo de la higuera. La Rueda de la Verdad podría también llamarse el árbol del Error, porque de un error nace otro, y de éste, otro, pero la palabra rueda nos da la idea de una sucesión de errores que no tienen principio ni fin. He aquí la serie de ellos:
La ignorancia produce la impresión de unidad de lo que está separado; cada uno de nosotros es un compuesto, una mezcla. De esta idea falsa de unidad nace la conciencia individual, La conciencia nos da la idea de formas, de colores y de crecimiento, que acaso hoy podríamos interpretar por tiempo. Las formas y colores, al pasar por delante de nosotros, despiertan los sentidos. Los sentidos nos incitan al contacto. Del contacto viene la sensación. El deseo de posesión crea el afecto. El afecto, o amor, origina la existencia. La existencia impulsa a nacer, y del nacimiento viene la vejez, la enfermedad y la muerte.
Esto parecerá a los occidentales el mundo al revés. No es el “ pienso, luego existo”, de que se valió Descartes, sino el “existo porque pienso”, tengo conciencia porque pienso, y pienso mal.
Claro está que decir que de la ignorancia venga la conciencia, y que de ésta, paso a paso, se consiga nacer, sonará, el oído de las gentes de cultura grecolatina, no solo como una herejía, sino como un absurdo. Para nosotros es la vida la que, con su plenitud, produce amor, posesión y conciencia. Pero si admitimos que el alma no existe, la Rueda de la Verdad gira con mucho más lógica de lo que a primera vista parece,¿ Qué puede producir individualidad sino la ignorancia? Y este estado de ignorancia es lo que nos forja la ilusión de la conciencia individual. Los demás puntos de la rueda casi coinciden con los resultados de algunas escuelas modernas de psicología. Lo que ya no parece tan claro es que del deseo de ser, vengamos a la vida; aunque esto encaja muy bien en los pueblos de la India, de una trasmigración a otro cuerpo después de la muerte, para recibir el premio o el castigo.
Pero obsérvese bien que, según el Buda, cuando renacemos, ya no somos lo que habíamos sido antes. Si nuestra personalidad cambia a cada instante, no es posible que subsista igual después de la muerte. El Buda se vale de comparaciones para explicar la trasmigración: como de una luz se enciende de otra, como de una semilla, como el discípulo repite los versos o las enseñanzas del maestro, así uno nace de lo que ha sido antes él mismo, en otra vida.
En realidad, el por qué y el común nacemos otra vez no lo dilucidó Buda. Todas las religiones tienen sus misterios, que hay que creer con fe sencilla, y la idea de la reencarnación es el misterio del budismo. Todo lo demás resulta comprensible, como basado en un proceso intelectual.
Es interesante observar que hasta un pensador como Gautama parece atascarse en la idea tradicional en la India, de la trasmigración. Recordemos las palabras triunfales del Buda al acabar el sermón de Banarés: “¡ Esta es mi última existencia! ¡ No hay reencarnación para mi!”. Ya allí declara también que el objetivo final es la paz, la extinción, el Nirvana. Esta última palabra, casi lo único que del Buda se conoce en Occidente, quiere decir apagar, extinguir, pero no la vida, sino la personalidad. En los textos búdicos se menciona a menudo el Nirvana acompañado de epítetos que lo aclaran glorifican. Nirvana es la isla del Refugio, el final del Deseo, donde no hay cambios ni destrucción. Concretando, Nirvana es la extinción de los tres fuegos: deseo, odio e ignorancia. Pero ya se comprenderá lo que deseo, odio e ignorancia significan para el Buda.
Todo, el Buda y sus discípulos tuvieron que explicar a menudo el significado de la palabra Nirvana a los no iniciados. “El Nirvana no es pasado ni presente ni futuro no se produce ni se puede producir.. Existe, es”. El Nirvana es casi como el Tao.
Tal fue, en sustancia, la doctrina del Buda. Con variedad de estilo, según hablase al pueblo o a los brahmanes, con parábolas o dialogando con los que le manifestaban sus dudas, Gautama insistió en estos mismos preceptos toda su vida. Cada año, el Buda y sus discípulos se reunían durante la estación de las lluvias en Magadha, o Benarés, y en cuanto llegaba en buen tiempo se despedían y separaban para seguir predicando a las gentes el Camino Medio de los ocho preceptos, la Rueda de la Vida, el Nirvana, etc. Así la actuación del Buda se prolongó durante los cuarenta y cuatro años que median desde su iluminación debajo de la higuera hasta la muerte, que le sorprendió ya octogenario, pero todavía recorriendo tierras. En este largo espacio de tiempo, el Buda, con su reputación bien cimentada de santo e iluminado, sufrió interrogatorios de príncipes y doctores de la antigua religión, de pobres y ricos, de gentes que le pedían milagros. Y a todos supo contestar siempre con nobleza y elevación.


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Notapor Renton » Dom Ene 22, 2006 12:14 pm

Gracias por la info J! :wink:

quien busca no deje de buscar hasta que encuentre, y cuando encuentre se turbará, y cuando haya sido turbado se maravillará y reinará sobre la totalidad y hallará el reposo...

Evangelio de Santo Tomás... :wink:
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Notapor patriciaricon » Mar Ene 31, 2006 9:13 pm

Renton escribió:

quien busca no deje de buscar hasta que encuentre, y cuando encuentre se turbará, y cuando haya sido turbado se maravillará y reinará sobre la totalidad y hallará el reposo...




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