El mito de Conan es posible que sólo sea una alucinación de un esquizofrénico que no sabe separar lo real de la alucinación. Pero esa es la naturaleza del mito, una alucinación más real que la vida misma. Una alucinación llena de simbología y verdad vestida con el velo de la imaginación.
CONAN Y EL HUNDIMIENTO DE LA ATLÁNTIDA
Autor: José C. Fernández
El escritor de Texas, Robert Edwind Howard, alumbró al personaje de Conan en la década de la Gran Depresión norteamericana. El nos describe en qué arrebato de inspiración fueron naciendo una a una las decenas y decenas de narraciones que configuran a este personaje mítico: “Si bien no llegaré tan lejos como para afirmar que los relatos son inspirados por espíritus o poderes que existen realmente- aunque tampoco me opongo a negar nada categóricamente- en ocasiones me he preguntado si sería posible que ciertas fuerzas ignoradas del pasado o del presente- o incluso del futuro- actuasen a través de las acciones de los seres vivos. Esto se me ocurrió cuando me hallaba aplicado especialmente a escribir las primeras historias de la serie de Conan. Recuerdo que durante varios meses estuve totalmente falto de ideas, incapaz por completo de producir algo publicable. Luego ese hombre, Conan, pareció crecer de improviso en mi mente, sin gran esfuerzo por mi parte, y un aluvión de relatos fluyó de mi pluma- o de mi máquina de escribir, mejor dicho- con gran facilidad. Y no parecía desarrollar mi fantasía, sino narrar sucesos que habían ocurrido. Un episodio sucedía a otro con tal rapidez que yo apenas podía mantener el ritmo. Durante varias semanas no hice otra cosa que escribir las aventuras de Conan. El personaje tomó plena posesión de mi mente mientras escribía su historia. Cuando deliberadamente tuve la intención de escribir sobre otros temas, no pude hacerlo”. Robert E. Howard en sus historias de Conan localiza a este héroe en una imaginaria Edad de Hiboria, hace aproximadamente 12.000 años, entre el hipotético hundimiento de la Atlántida y los albores de nuestra historia. Buen conocedor de las tradiciones platónicas y teosóficas al respecto, narra el ocaso y disolución de cientos de formas civilizatorias después del hundimiento del último resto de la Atlántida, Poseidonis. Para las tradiciones esotéricas nuestra historia emerge desde la muerte y olvido de miles de otras culturas que abarcan un periodo de varios centenares de miles de años y de las que carecemos apenas de fragmentos conocidos e identificados, como no sean los mitos y leyendas y las frecuentes alusiones directas o indirectas al continente sumergido de la Atlántida.
Nuestro escritor lee en sus “inventadas” Crónicas Nemedias fragmentos de una historia olvidada: “Sabe, oh príncipe, que entre los años en que los océanos anegaron Atlantis y las resplandecientes ciudades, y los años de aparición de los hijos de Aryas, hubo una edad no soñada en la que brillantes reinos ocuparon la tierra como el manto azul entre las estrellas”. Es en este periodo que debemos imaginar a Conan guerreando y combatiendo a monstruos y engendros creados por la Naturaleza o por la magia atlante- aún viva- en los momentos de crisis y disolución para la Humanidad. Nuestro héroe se comporta como un Hércules que en sus distintas pruebas debe extinguir las fieras aún vivas de un mundo extinto. O como el héroe Gilgamesh, que también los textos súmeros emparentaban con dinastías reales de origen Atlante.
El vigor y belleza del estilo de Howard, no sólo en las narraciones de Conan, sino también en las de otros personajes nacidos de su “imaginario” , son prodigiosos. Las historias no aparecen “construidas” ni tejidas enlazando los argumentos, sino más bien leídas de archivos ocultos de la naturaleza; tal es la viveza que muestran y que si nos obligan a compararlo con otro escritor de “magia y espada”, sólo podríamos hacerlo con el Tolkien del Señor de los Anillos. Sabemos que los paradigmas literarios fluyen y refluyen y que las academias que “premian” a unos u otros autores no siempre aciertan ni coinciden con la voluntad de la Naturaleza. Y que los tocados por el dedo de Dios, aunque ignorados o no en las universidades, poco a poco van abriéndose camino y son cada vez más aclamados y leídos por generaciones y generaciones. No es la aclamación de los “best sellers”, aclamación digitada desde los mass media, y que pierde efecto cuando dejan de ser esforzadamente venteados al público. Sino la aclamación de los pueblos, de los miles y miles, como una campana donde resuena poderosa el badajo de sus obras y de su inspiración, es la “vox populi” donde se eleva clamorosa y ferviente la “vox Dei” Así y no de otro modo ha ocurrido con libros como el Principito, Juan Salvador Gaviota, el Señor de los Anillos, Conan y ahora con los libros de Harry Potter. Libros que aparte de narrar hechos de un mundo desconocido, responden a una necesidad histórica, a una necesidad humana, a un anhelo profundo e impostergable de la conciencia.
No encontraremos en las obras de Howard ni la metáfora fácil ni un culto a lo decadente y a lo que se pudre; tampoco un preciosismo literario que difumine el vigor de aquello que se quiere expresar. José Rubio Sánchez, en un excelente trabajo de investigación sobre Howard y sobre el personaje de Conan, trabajo que adjuntamos en esta página web, ha recordado las páginas que In Memoriam, le dedicase H.P. Lovecraft y que trazan en líneas maestras el estilo de su prosa y de su poesía: “La poesía del señor Howard (extraña, belicosa y aventurera) no era menos notable que su prosa. Poseía el auténtico espíritu de la balada y la épica y se hallaba marcada por el latido de la rima y una poderosa imaginería del temple más inconfundible y personal” . Y es que, como este investigador ha destacado Howard - que por pudor no lo dice- habla en justicia y sin duda de sí mismo cuando escribe: “Los pequeños poetas cantan de cosas pequeñas; de esperanzas, de alegrías y fe; de pequeñas reinas y reyes de juguete, de amantes que se besan y se unen, y de modestas flores que se cimbrean al Sol. Los grandes poetas escriben con sangre y lágrimas y agonía que, como las llamas, devoran y arrasan. Alcanzan la ciega locura con sus manos, en la noche; sondean los abismos que representan la muerte; se arrastran por golfos donde serpentea la locura y locas y monstruosas pesadillas que quieren destruir el mundo”.
Howard escribió o esbozó más de dos docenas de relatos de Conan, de los que se publicarían dieciocho durante su vida o poco después de su muerte. Fragmentos póstumos serían completados por otros autores y amigos suyos como L.Sprague de Camp y Lin Carter. Howard reconstruye en su imaginación cómo estarían configuradas las tierras que luego serían Europa, Asia y Africa antes del último gran cataclismo- ocurrido según Platón hace 11.500 años. Recrea nombres de ciudades, escenarios, costumbres, cultos, armamentos, extraños conocimientos de magia, etc en esta especie de mapa imaginario y es evidente que aquí lo mezcla todo sin ningún pudor. Pero es que tampoco quiere- de ningún modo- comportarse como historiador, sino crear un cuadro que le sea útil para el torrente de inspiración y de aventuras que suponen las andanzas de su héroe. Hay muchos elementos de sus narraciones que no coinciden con lo que refieren las tradiciones esotéricas, pero hay otros que alcanzan tal precisión en los detalles y profundidad en sus planteamientos y descripciones, que no pueden sino dejar estupefacto al lector avisado. Como por ejemplo, este fragmento de su ensayo “Edad Hyboria” relacionada con los escenarios y tradiciones en que se entronca la existencia de Conan: “Naciones enteras desaparecieron de las aguas...El reino continental de los atlantes, a semejanza del anterior, pudo escapar de la destrucción y hasta él llegaron en barcos millares de hombres de la misma raza procedentes de las tierras que habían quedado sumergidas...Entre los montes boscosos del noroeste vagan bandas de hombres –monos carentes de lenguaje humano, que no conocen el uso del fuego ni utilizan herramientas. Son descendientes de los atlantes, hundidos de nuevo en el penoso caos de la bestialidad selvática de donde en épocas pasadas sus antecesores habían logrado salir con tantas dificultades...”
Yes que una de las enseñanzas que nos recuerda Howard en sus obras de Conan es la del ascenso del hombre desde su estado animal por un conocimientos e impulsos divinos procedentes desde las más altas esferas; y por un esfuerzo humano en asimilar el fuego mental recién nacido. Pero también enseña Howard que cuando no se vela y se protege esta condición humana, este fuego espiritual, esta dignidad enraizada en lo profundamente moral, que es lo mismo que decir en lo profundamente humano, el hombre puede degradarse en una especie de alquimia inversa. Alquimia satánica que mutando y degradando las almas, muda y degrada las formas que la cobijan; y los seres humanos pueden convertirse primero en humanoides amorales, y luego, cuando el caos disuelve las formas civilizatorias, en bestias carentes de razón y de lenguaje, “hombres- mono carentes de razón y de lenguaje, que no conocen el uso del fuego ni utilizan herramientas”
No podemos sino compararlo- es evidente que Howard conocía estas enseñanzas, ya que su madre era teósofa y conocedora, por lo tanto, de las mismas- con otros fragmentos que Helena Petrovna Blavatsky recopilase de textos del Kangyur y el Tangyur, el canon religioso tibetano, unidos a comentarios esotéricos de archivos ocultos que a finales del siglo XIX estaban bajo la custodia del Panchen Lama en su Escuela Esotérica de Tsi- Ga-Tse. Los textos religiosos en que se exponen estas mismas enseñanzas de un modo velado salieron a la luz en la década de los setenta, los comentarios esotéricos siguen sin conocerse, salvo los fragmentos enseñados por Blavatsky.
Podemos también enumerar algunas de las tradiciones y conocimientos de magia que se han atribuido a los Atlantes, algunas de ellas mencionadas ya por Platón y otros autores clásicos; y otras procedentes de la tradición teosófica: Por ejemplo el trono de piedra negra, tallado sobre un peñasco monolítico en “El Ser de la Cripta”, es atlante. Y es atlante también el gigante, un rey, o un gran guerrero, dice Howard, que sobre este trono está sentado y que se enfrenta a Conan.
Es también atlante la llamada Torre del Elefante, en el cuento del mismo nombre y en que, por cierto, se describe una torre similar a la de Isengard del Señor de los Anillos. Y donde el curioso personaje de Yag, con cabeza de Elefante para evocar al dios hindú de la sabiduría Ghanesa, procedente de una estrella lejana, dice:
“Contemplamos cómo los océanos se alzaban y sumergían Atlantis, Lemuria, las islas de los Pictos y las brillantes ciudades de la civilización. Luego vimos a los supervivientes de los reinos de los pictos y de Atlantis construir su imperio de la Edad de Piedra, y después volver a la ruina entre guerras sangrientas. Vimos a los pictos hundirse en los abismos del salvajismo, a los atlantes regresar al nivel de los monos”
Personaje este Yag, que encadenado a su cuerpo por la magia negra, le suplica a Conan que le libere con estas palabras: “La vida del hombre no es la vida de Yag, ni la muerte humana es la de Yag. Libérame de esta destrozada caja de carne ciega, y volveré a ser de nuevo Yogah de Yag, el refulgente, el precozmente coronado, con alas para volar, pies para danzar, ojos para ver y manos para acariciar”
Es también del orgullo atlante ciertos comportamientos y palabras en boca de Conan, como cuando afirma: “El día en que no pueda sostenerme solo, será el día de mi muerte”. En la obra “La Mano de Nergal” , uno de los escritos más bellos y misteriosos de la saga de Conan, no es difícil reconocer en los gigantescos vampiros semietéreos, heraldos del más indescriptible terror, a los Magdull o cabalgaduras de los Señores de las Sombras, del Señor de los Anillos. Aquí combaten las fuerzas desatadas de dos talismanes mágicos, talismanes que parecen encontrarse y reencontrarse en distintos momentos de la ciclos históricos del Hombre, talismanes que encubren poderes y combates para los que los asuntos y los corazones humanos son tan sólo, escenarios. Aquí se enfrentan la Mano de Nergal que cristaliza y expresa la raíz misma de las sombras que se arrojan sobre el Alma humana, y el Corazón de Tammuz, que reúne en sí y libera la esencia misma de la bondad y de lo luminoso y lo puro, como destilado alquímicamente de la esencia y luz de las estrellas más lejanas. Talismanes que se buscan para combatir entre sí, talismanes para quien los hombres que lo portan son tan sólo sus apoyos en la tierra. ¡Sumerjámonos en la imaginación de Howard!:
“La Mano de Nergal emitía una fulgurante radiación maligna y oscura, como el brillo del ébano pulido. El hedor del infierno era su aroma, y el frío del espacio interestelar era la estremecedora sensación de su contacto. Ante su avance las llamas de las antorchas se debilitaban. El fulgor oscuro aumentó y fue emitiendo unos ondulantes tentáculos de negrura radiante.
Pero del Corazón de Tamuz se alzaba un halo de gloria dorada que formó una nube cegadora de fuego ambarino. El calor de un millar de arroyos cálidos fluía de la piedra contrarrestando el frío glacial, y unos rayos de intensa luz dorada surgieron hacia la oscuridad de Nergal. Las dos fuerzas cósmicas se encontraron y lucharon(...)
La neblina dorada de Tamuz era ahora un resplandor gigantesco, de brillo cegador, que tomaba una forma humana semejante en magnitud a los colosos de piedra que manos olvidadas habían tallado en los montes de Shem en épocas pretéritas.
La oscura fuerza de Nergal también alcanzaba dimensiones ciclópeas. Era ahora como un ser brutal, deforme, corcovado, parecido a un enorme simio. En su bestial cabeza brillaban dos ojos verdes, rasgados y malignos...”
En esta historia también es notable la aparición de dos esferas que permiten ver a la distancia, esferas que ya describiera Blavatsky como pertenecientes a la ciencia atlante y que también en el Señor de los Anillos se convierten en protagonistas...
Forman parte también de la magia atlante las estatuas animadas, gigantescos ídolos en piedra o metal, que según, por ejemplo las narraciones egipcias, determinaban con sus movimientos quien iba a ser el faraón. Platón en uno de sus Diálogos, dice que en la antigüedad era necesario encadenar las estatuas de los dioses para que no se moviesen, y desde luego no nos es fácil saber a que se refiere el sabio griego. Howard desarrolla magistralmente este tema y en el fértil terreno de su imaginación le es fácil dotar de vida a los ídolos gigantescos a los que debe enfrentar nuestro héroe. Siempre queda la duda y como dice Shakespeare en Hamlet, hay más cosas en la realidad de las que pueda soñar nuestra filosofía, y ante lo que se conoce, sea cuanto sea siempre se extenderá el abismo de lo que se ignora.
Y si extrañas y admirables nos resultan algunas de las historias de Conan, cuando Howard mismo quiere superar aún lo admirable para llegar a la tierra de lo increíble, él mismo difumina la certeza de la historia haciendo creer que ha sido sólo un sueño. Esto ocurre con una de las historias más bellas e inspiradas de la pluma de Howard. Después de combatir en una batalla sangrienta, Conan persigue, uno no sabe sino en más allá de la vida, o en un estado de ensoñación a “la Hija del Gigante de Hielo”. Parece una Walkirya que ha descendido en el campo de batalla para recoger y llevarse al Walhalla al más bravo de los héroes. De ensoñación es el siguiente diálogo, donde ella dice:
“Mi pueblo se encuentra más allá de lo que tú puedes recorrer andando, Conan de Cimeria-declaró ella, y volvió a reírse.
Después extendió los brazos y se balanceó delante de él, con la cabellera oscilando sensualmente y los ojos brillándole entre las sedas de sus pestañas.
¿Soy o no soy hermosa, extranjero?
Lo eres, tanto como el alba que juega desnuda sobre las aguas del manantial- murmuró Conan, y su mirada se hizo intensa como la del lobo(...)
Cuando el sol se hubo puesto, el cielo refulgió por encima de la cabeza de Conan con extrañas combinaciones de luces y de colores. Ahora la nieve tenía un brillo fantasmal; tan pronto era azul, como carmesí o de un frío tono plateado. A través de aquel reino fluctuante de magia siguió Conan avanzando con inquebrantable determinación, envuelto en una neblina sutil, en la que la única realidad era el blanco cuerpo que bailaba sobre la nieve más allá de su alcance..., siempre más allá de su alcance”
Otra historia memorable es “La Reina de la Costa Negra” donde Conan halla a quien será su gran amor, aunque un destino trágico pronto se abata sobre su mujer guerrera, Belit. En las supuestas Crónicas Nemedias leemos, en la canción de Belit ( que significa “La Señora”):
“Creedme, los verdes brotes se despiertan en primavera,
y el otoño pinta las hojas de sombrío fuego.
Creedme, yo aún conservo virginal mi corazón,
Para derramar sobre un hombre mis cálidos anhelos”
Sensual, imperiosa y vivaz la danza de Belit, “La Reina” danza con que se une amorosamente a Conan, en una descripción que hubiese servido, por sí sola para merecer un Nobel de la Literatura; pero ya sabemos que son las multitudes y los corazones sencillos, antes que las academias, quienes reconocen la llama del genio:
“-¡Lobos de mar azul, contemplad la danza del apareamiento de Belit, cuyos padres fueron reyes de Asgalún!
Y danzó como un torbellino en el desierto, como una vivaz llama, como el impulso de la creación y de la muerte. Sus blancos pies rozaban suavemente la cubierta empapada de sangre, y los moribundos olvidaron sus heridas, mientras contemplaban la danza de la joven. Entonces, mientras las estrellas asomaban tenuemente a través del terciopelo azul del anochecer, haciendo de su cuerpo una borrosa llama marfileña, Belit lanzó un agudo grito y se arrojó a los pies de Conan. El ciego deseo del cimerio le hizo olvidar el mundo, cuando estrujó la esbelta figura blanca contra las negras placas de su coraza”
Son también hechicería de origen atlante los encantamientos que musitando misteriosas melodías, trazando figuras geométricas en el suelo y derramando especies y perfumes permiten convocar a los genios de la naturaleza, algunos de ellos pavorosos si los viésemos o pavorosos si se hiciesen ver, como el que se describe en la historia de “Un Hocico en la Oscuridad” y en otras historias de Conan.
En definitiva todas las historias de Conan muestran la victoria del individuo, del héroe, sobre todo aquello que degrada y masifica, como si el héroe fuera el duro metal de una espada que forja el destino a través de las dificultades, como si el héroe, o sea, el ser interior, fuera como la espada que Howard describe en su “El Ser de la Cripta”:
“Luego, la mirada de Conan se detuvo en la gran espada que descansaba puesta de través sobre las rodillas huesudas del gigante. Era un arma estremecedora, un mandoble con hoja de más de un metro de largo, hecha de hierro azulado, y no de cobre o de bronce, como cabría esperar por la antigüedad de los restos. Bien pudo haber sido una de las primeras armas de hierro que empuñó la mano de un hombre(...)
Cogió la espada y apreció su peso. Era tan pesada como el plomo; un arma de edades pretéritas. Tal vez algún fabuloso héroe la había empuñado; un legendario semidiós como Kull de Atlantis, rey de Valusia en los tiempos en que Atlantis aún no se había hundido bajo la inquieta superficie de los mares...
El muchacho blandió la espada sintiendo que su espíritu se henchía de poder y que su corazón latía más aprisa con el orgullo de aquella posesión. ¡Dioses, qué arma!¡Con semejante espada no había destino, por muy alto que fuese, al que no pudiera aspirar un guerrero!¡Con aquella espada hasta un joven bárbaro que había llegado semidesnudo de las rudas tierras cimerias podía abrirse camino a través del mundo y vadear ríos de sangre hasta alcanzar un lugar entre los más altos reyes de la tierra!