La Paleontología no acierta cuando atribuye la extinción de los grandes animales -llámense mamuts, dinosaurios o tigres dientes de sable-, a caídas de meteoritos, cambios climáticos, enfermedades, caza por otras especies o por el propio hombre, etc.
Estas circunstancias pudieron diezmar a una especie, pero no extinguirlas por completo, de la misma forma que una epidemia o una guerra puede diezmar o eliminar a una cierta cantidad de individuos, pero no a la totalidad de la raza humana.
Los paleontólogos tienen que buscar el denominador común que provoca la extinción de todas las especies y no meros factores circunstanciales. Este denominador común no es otro que el código genético.
En efecto, cada especie tiene, además de un código genético individual, un código genético racial, que comprende a todos los individuos de la misma clase y que le marca la duración del ciclo de existencia. Y éste es todo el misterio.
Cuando se acerca el final del ciclo, las hembras van quedando estériles y paulatinamente esa especie desaparece.
También la raza humana tiene, además del código genético individual, un código genético racial que le señala la duración del ciclo y, por ende, el momento de su extinción.
De más está decir que los inquietos científicos intentarán prolongar ese ciclo, lo cual no será más que una tontería, porque el organismo físico no es más que el habitáculo momentáneo del espíritu para evolucionar, y, cuando resulta obsoleto, lo que corresponde es desecharlo y cambiarlo por un organismo físico superior.