1. La Esfinge
Hay cosas más o menos misteriosas, pero la esfinge es, en sí misma, el rostro del misterio. El Sol naciente ha besado ese rostro un millon y medio de veces desde su construcción, en tiempos del Imperio Antiguo, sin que nadie pueda decir con certeza qué es y qué significa. La hipótesis más repetida es que representa al faraón Kefrén, el que supuestamente la ordenó levantar, ya que apoya esta hipótesis un relieve trece siglos posterior que representa a Akhenatón con cuerpo de esfinge, exponiendo un vaso a los rayos del Sol. Pero aunque el rostro de la esfinge sea el de Kefrén, las preguntas siguen en su sitio. ¿Por qué se representó a sí mismo bajo ese aspecto? ¿Qué utilidad tenía el monumento? ¿Con qué motivo se levanta en el desierto una estructura de piedra como ésta?
Enigma sobre enigma. Para los simples, es una especie de espantapájaros destinado a asustar a los ladrones de tumbas. Para los esoteristas de cualquier época, se trata del monumento perfecto que reúne en sí toda la sabiduría de Egipto. Para los codiciosos, el arca secreta donde se guardan tesoros incalculables, de modo que ha sido excavada, perforada, enterrada, desenterrada... y hasta se la ha trepanado, creyendo que el tesoro estaba en el interior de su cabeza.
Mal vista por los musulmanes como representación humana que es, consiguió llegar, maltrecha y desnarigada, hasta su restauración a finesdel siglo XX, delicada empresa dirigida por el especialista egipcio Adam Henein. Y a tiempo, pues lo que no pudieron hacer los vándalos y los expoliadores a lo largo de los milenios estaba a punto de conseguirlo la contaminación. Entre los años 40 y los 90 de la pasada centuria, el cuello de la esfinge llegó a adelgazar nada menos que 17 centímetros. Es un dato alarmante: a ese ritmo no hubiera aguantado más de tres siglos, y lleva en pie unos 45. Quizá, en este momento, el mayor enigma que rodea a la Esfinge es si será capaz de durar otros 45 siglos.
2. El orígen de su civilización
Otra pregunta que se hace el visitante y que el erudito no puede contestar con certeza es cómo empezó todo. Por qué se desarrolló precisamente aquí la civilización más grande de la Antigüedad y qué ocurrió antes del año 3000 a.C., fecha en la que se data al primer soberano egipcio, Menes. Para asomarse a la respuesta hay que considerar un par de factores: el terreno y la situación geográfica. Egipto es lo que técnicamente se llama un territorio “arcifinio”, es decir, dotado de límites naturales. El gran padre Nilo produce en su carrera hacia el norte una larga y estrecha faja fértil del tamaño de Bélgica que se renueva con sus crecidas anuales: las tierras negras. A ambas partes, el desierto interminable: las tierras rojas. Ambos colores componen la bandera de Egipto. Al final, el gran estuario que se abre al Mediterráneo. Los primeros cultivadores de las tierras negras no eran un grupo homogéneo. Al norte, su base cultural parece mediterránea, mientras que la del pueblo del sur es más africana. Los primeros tiempos debieron de conocer constantes luchas entre las numerosas ciudades que jalonaban el río, pero al final se impuso el norte, más rico y más poblado. La anexión se disfrazó de unificación hacia el 3000 a.C., y así aparece Menes, que establece la capital en Menfis, junto al delta. Pero Menes no fue el primer faraón dinástico. Aún faltaba siglo y medio para que apareciera la primera dinastía, y se sabe muy poco de lo que sucedió en ese tiempo intermedio. Pudo producirse una invasión exterior o, tal vez, implantarse el sistema dinástico como remedio a las inevitables disensiones producidas a la muerte del rey. En todo caso, el sistema funcionó. Las sucesivas dinastías gobernaron Egipto durante 2.500 años, mucho más tiempo que ninguna otra forma conocida de gobierno.
3. El Laberinto
La gran asignatura pendiente de la egiptología es la localización del Gran Laberinto, que podía visitarse hasta el siglo II de nuestra era. Después, no vuelve a saberse nada de él, como si se lo hubiera tragado el desierto. El griego Herodoto, que lo visitó personalmente, escribe: “Ninguna obra griega puede compararse a las pirámides de Egipto. Pero el laberinto es aún superior a las pirámides. Yo lo he visto con mis propios ojos.” Según su descripción, constaba de mil quinientas cámaras a ras de suelo y otras tantas subterráneas, todas de piedra, adorEl griego dice que recorrió personalmente las salas superiores, pero que no le dejaron conocer las inferiores, donde guardaban los sarcófagos de sus reyes. El conjunto estaba próximo a un lago artificial del que sobresalían las cúspides de dos pirámides semisumergidas, y rematado por otra gran pirámide en la que se habían esculpido figuras colosales. Y hay más testimonios que coinciden con éste, (los de Estrabón, Cayo Plinio y Diodoro Sículo) de tal modo que resulta increíble que algo así haya desaparecido sin dejar huella. Tan increíble como el corto número de quienes se han propuesto encontrarlo, habiendo tantas pistas fiables para localizarlo. Los prusianos mandaron una expedición a mediados del XIX que cumplió el expediente al situarlo en unas pobres ruinas del oasis de al- Fayum, lo que de ninguna forma se puede aceptar. Quizá las nuevas técnicas de prospección, cada vez más sofisticadas, alumbren un día los restos de esta maravilla perdida, aportando datos valiosísimos para nuestra comprensión del viejo Egipto faraónico.
Alguien sabe algo de este laberinto??Es la primera vez que lo oigo nombrar, por eso me parecio ineteresantissimo: