Rincón literario.

Si al pensar existimos, al filosofar comprendemos esa existencia.

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Rincón literario.

Notapor Xanadu » Dom Dic 30, 2007 1:28 am

En realidad no se si a alguien le interese o si quizas ya existe uno. Pero me hacía falta un rincón en el que pudiesemos mostrar nuestras creaciones literarias quienes las tenemos, para recivir los comentarios y opiniones de los demás, o quizas hablar y comentar creaciones de otros autores.

Si alguien está interesado, propongo partir con la lectura y comentar un cuuento estupendo de Jorge Luis Borges: La biblioteca de Babel. He descubierto que este cuento puede tener multiples lecturas, aquellas relacionadas con lo matematico infinito, podriamos encontrar a Heidegger, un nuevo mito de la caverna, relacionarlo nuevamente con la teoría del aleph, etc.
Los invito y si ya existe algo similar y estoy dando jugo, diganme. Pero igual los invito a sumergirse ene ste cuento que considero buenísimo.




La Biblioteca de Babel


El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.



Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.



A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.



El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.



El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)



Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.



Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.



Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.



También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.



A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.



Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.



También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.



Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).



La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.



Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.
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Notapor Gricon » Dom Dic 30, 2007 2:41 am

Fue el primer cuento de Borges que lei. Y creo el que mas lei. Simplemente me encanta me atrapa de una forma fascinante.
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Notapor DeFreck » Dom Dic 30, 2007 12:16 pm

trágica y veras analogía, aun así prefiero deambular por las diferentes galerías aun presintiendo que al final no encontrare nada.

En lo personal no camino en busca de respuestas, mi motivación es el aburrimiento, como dicen morir de pie es mejor que morir de rodillas o por lo menos mas interesante, ---- aunque es verdad que de todas formas uno muere, supongo que eso es inevitable y buscar vencer ha la muerte es solo una vana utopía.



......................................................................................
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Notapor Xanadu » Dom Dic 30, 2007 12:40 pm

Estuve estudiando una interpretación bastante interesante acerca de este cuento, la que habla de como tratamos de abarcar la realidad con el lenguaje, siendo que lo real por excelencia desborda al lenguaje. ¿A qué me refiero con lo real? A aquello que está saturado de ser.
Me explico: la muerte, algo tan real y tan presente en la vida no basta con intentar explicarla con palabras porque el hecho mismo las supera. Sino que de hecho nos relacionamos con ella a través de otras formas más simbolicas y rituales.
El cuento habla de como se considera a la biblioteca como al universo mismo, como ellos afirman que contiene todo. En sintesis que entre todas las posibles combinaciones de signos (letras, puntos, comas, etc.) está todo. Pero continuan teniendo la noción de algo más, por eso hablan de un libro que los contine a todos. Sin embargo, es la manera de comprender otra cosa desde esa misma cosa. La realidad supera al lenguaje, pero podemos comprenderla desde el mismo lenguaje, aunque este este limitado.

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Notapor DeFreck » Dom Dic 30, 2007 2:28 pm

En árabe existen 20 palabras que representan la palabra amor, no se trata de sinónimos sino de diferentes matices del mismo concepto raíz. En sancrito existen mas de 1000 palabras para designar a Dios, quizás mas. En occidente existen a lo mucho unas 20 palabras para designar a Dios (esto siendo muy optimista) Esto refleja la enorme superioridad conceptual (complejidad) entre el concepto occidental y oriental de Dios.

Es posible sentir sin un lenguaje mas no pensar. El pensamiento esta inseparablemente ligado al lenguaje, es imposible pensar sin palabras. por ello creo que los animales y los infantes son incapaces de pensar (hasta la instauración de un lenguaje básico todo lo que aparenta un razonamiento es mas instintivo que intelectual)

Ahora bien, creo que el paso lógico para penetrar en el misterio del cosmos, o por lo menos profundizar un poco, es (mmm no encuentro la palabra... así que inventare una) Complejisar el el lenguaje, lo que signficaria hacerlo mas sutil, por lo que el pensamiento seria capas de procesar informaciones mas complejas. Por ejemplo Las sumas y restas son suficientes para responder problemas matemáticos básicos, pero si se quiere resolver ecuaciones complejas es necesario primero aprender un lenguaje mas complejo.

En los libros alquímicos y demás obras antiguas se hacer referencia ha un lenguaje perdido "El lenguaje de los pájaros" con el cual es posible debelar los misterios del cosmos. de hecho ese lenguaje se supone que es el que se hablaba antes de lo sucedido en la torre de babel. La única forma de hablar con los "dioses" es conocer su lenguaje.

Por ultimo, otra limitante es la actual institucionalizacion del lenguaje, las palabras son las que son y no hay mas, entonces hay que recurrir ha palabras de lenguas muertas para describir conceptos para las cuales el lenguaje actual es ineficaz, o crear nuevas palabras las cuales por lo general son tomadas a la lijera.
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Notapor Gricon » Dom Dic 30, 2007 3:41 pm

La institucionalisacion del lenguaje que describis no es completa. Uno toma un diccionario para entender el consenso del significado de un vocablo. Pero el significado no lo da el diccionario sino el uso que le da la gente. Tomar lo que dice el diccionario como verdad pura es un error.
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Notapor Xanadu » Dom Dic 30, 2007 5:29 pm

Creo estar de acuerdo contigo DeFreck en cuanto a que el lenguaje es necesario para la formulación del pensamiento, sin embargo, creo que lo que llamo "real" va más allá de lo racional. Hago referencia a como el ser humano debe relacioanrse con el estar en este mundo, vivir en él, experienciar y morir. Para esto el lenguaje nos queda corto, aunque existan miles de palabras distintas que signifiquen un matiz diverso de un mismo concepto, no podemos relacionarnos con la vida más que viviendola, no podemos relacionarnos con ella más que con la experiencia y lo representacional.
Pongo un ejemplo, cuando se nos muere un ser querido no podemos comprenderlo sin hacerle un funeral o algo que simbolice este cambio. Decir "se ha muerto" nos queda corto. Como sucede con nuestros detenidos desaparecidos acá en Chile, sus familias no descansan hasta encontrar sus restos aunque en lo racional SABEN que estan muertos, pero no pueden asimilarlo hasta no hacer experiencia de eso y la única manera de relacionarse con eso es a travez de representaciones.
Creo que nuestra sociedad esta muy resuelta en cuanto a lo cientifico, racional y técnico, pero deja de lado factores que lo trascienden. Así es como notamos que somos algo más que pura funcionalidad, hay algo más que eso, por lo que el lenguaje técnico nos queda corta, así NECESITAMOS de lo simbólico.


Ahora bien, creo que el paso lógico para penetrar en el misterio del cosmos, o por lo menos profundizar un poco, es (mmm no encuentro la palabra... así que inventare una) Complejisar el el lenguaje, lo que signficaria hacerlo mas sutil, por lo que el pensamiento seria capas de procesar informaciones mas complejas. Por ejemplo Las sumas y restas son suficientes para responder problemas matemáticos básicos, pero si se quiere resolver ecuaciones complejas es necesario primero aprender un lenguaje mas complejo.


Estoy de acuerdo en que esta simplificación que ha sufrido el lenguaje no ayuda mucho a pensar y nos limita bastante, sin embargo, creo que el lenguaje es su tecnisismo jamás será suficiente si no se liga con la experiencia subjetiva. Me hablas de problemas matemáticos. Las integrales pueden ayduarnos a resolver muchos problemas, sin embargo, jamás podran ayudarnos en aquello que trasciende a lo funcional, en las relaciones humanas, en comprender la muerte o a darnos una morada en este mundo.
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Notapor DeFreck » Lun Ene 21, 2008 4:11 pm

Theodor Holm Nelson (Ted Nelson) quien nació en 1937 estudió Filosofía, pero luego le empezó a interesar los medios de comunicación, como resultado de ese interés en 1960 comienza a trabajar en el proyecto Xanadu, un sistema informático basado en la organización no secuencial de los textos o "hipertexto", también invento la palabra "hipermedia". El proyecto Xanadu comenzó en la Universidad de Harvard, pero por alguna razón no fue aceptada la idea y tuvo ser desarrollado en Australia, y recientemente Nelson ha pasado a trabajar en varios proyectos de investigación en Japón, siempre en el ámbito del diseño y desarrollo de sistemas hipertextuales

Al parecer la palabra Xanadu fue tomada de un poema que Nelson interpretó como: "Ese mágico sitio de la memoria literal donde nada se pierde nunca". La idea básica del proyecto era concebir un documento global y único llamado "docuverse" que cubra todo lo escrito en el mundo, mediante un piélago de ordenadores interconectados, que contenga todo el conocimiento existente (mejo dicho información) en forma de hipertexto. El proyecto Xanadu que Nelson concibió es un sistema que en algunos aspectos se asemeja a la Web (Internet), aunque tiene algunas peculiaridades interesantes que lo hace único como: el "transcopyright" o "transclusión" que es un sistema de autorizaciones que permite a cualquiera reutilizar cualquier trozo (de cualquier tamaño), del material de cualquier otro autor en un nuevo documento, supuestamente se transmite un puntero al material deseado y cualquier cliente (persona) que adquiera el material adquiere simultáneamente el trozo correspondiente (de cada cita) de la publicación original.

Este método de "transclusión" difiere del concepto URL de la Web, porque la URL da referencia a un documento completo (una página Web) y la "transclusión" se refiere a cualquier "trozo" de otro documento, quiere decir que la transclusión es el proceso de incluir algo por referencia en vez de por copia (lo cual seria muy útil para los estudiantes LOL). Para dar a entender esto usare un ejemplo común: digamos que escribimos cualquier texto (trabajo, documento, tarea) y necesitamos introducir las molestas comillas porque vamos a copiar algo de otra publicación (documento original) y entonces se pierde la hebrea (formato, para no confundirlos) que une la copia y el trabajo, en cambio la transclusión permite crear un "hueco" (en lugar de las comillas) en el lugar que ocupara la copia que luego es rellenado virtualmente desde el documento original cada vez que se necesita.

El proyecto Xanadu puede considerarse como una librería electrónica en un satélite que puede ser utilizada desde cualquier lugar de la Tierra mediante ondas electromagnéticas y una red telefónica. Se trata de una utopía donde todo texto cultural existirá para siempre. "Ted Nelson quedará en la historia como la persona que lo propuso".

He aqui algunos fragmentos de una entrevista concedida al diario Le Monde de Francia a Ted Nelson:
¿Hoy le parece que lo entienden mejor o cree que sus descubrimientos

fueron traicionados por el desarrollo de la industria informática y el advenimiento de Internet?

...................................................

“En la década de 1960, los constructores informáticos no sabían lo que era una computadora personal. Por otra parte, el procesamiento de texto no hace más que reproducir las cuatro paredes del papel. Para mí, hoy, la Web traiciona la revolución del hipertexto porque los links solamente se hacen en un sentido y están encerrados en una página. Cuando inventé el concepto de hipertexto, los links debían hacerse en los dos sentidos, era más democrático. Pero todo está "estupidizado", reducido a un nivel de estupidez comprensible para la mayoría. La gente podría comprender más cosas si tuviera una mente más rica. Pero la educación tiende a simplificar todo y por consiguiente, los individuos no están habituados a desarrollar un sentido de análisis sutil.”
.............................................................................

Estoy de acuerdo con que el hombre es capas de sentir cosas que no es capas de describir, mas sin embargo tambien creo que la evolucion del hombre esta ligada a la comprencion (atravez del lenguaje) de su entorno y sentimientos. solo asi se amplian los horizontes.

Saludos... Lo de arriba ha sido porque me ha llamado la atención como tu nick tiene mucho que ver con el tema que posteas. ademas de recordarme una de mis series favoritas.

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