son los chistes de hoy de "El Siglo de Torreón"
Difícil es entender a las mujeres. Se pintan el pelo; se tatúan los labios y las cejas; se arreglan la nariz; se restiran la piel; se operan las bubis y las pompas; se ponen pupilentes de color, y luego le dicen al marido con quejumbrosa voz: "¡Ya no eres el mismo hombre con el que me casé!”...
Bucolio, ingenuo muchacho campesino, le pidió a don Poseidón, su padre, que le comprara un reloj. "¿Un reló? -se extrañó el viejo-. ¿Y pa’ qué quere m’hijo ese reló?”. Responde el cándido zagal: “Lo necesito pa’ cuando estoy con Eglogia, mi novia”. Insiste don Poseidón: “¿Y qué falta le hace un reló a m’hijo pa’ estar con su novia?”. Contesta el inocente mocetón: “Es que ella empieza a besarme; me hace caricias y me agarra todo. Luego comienza a respirar muy retejuerte y me dice: ‘¡Dámela ora!’. Y yo no tengo reló, apá”...
Le pregunta doña Jodoncia a su yerno: “¿Dónde está la escoba?”. Pregunta a su vez el yerno: “¿Quiere la de barrer, suegra, o la de viajar?”...
A Gorgolota no le gustaba nada la muchacha con la que se iba a casar su hijo. (El caso es muy frecuente: ya se sabe que la palabra nuera viene de la expresión no era. “Esa no era la muchacha que le convenía a mi hijo”). Le dice un día doña Gorgolota al chico: “No me gusta tu novia. Para empezar, está muy fea”. “Madre -responde muy serio el muchacho-. La belleza de mi amada es interior”. “Pues hijo -replica doña Gorgolota-, pélala”...
Con labiosas palabras Afrodisio le pidió a Ducilí que le ofrendara la impoluta gala de su nunca tangida doncellez. Deseaba el seductor salaz tronchar en orto la perfumada flor para exornar con ella su rijoso penacho de galán. Al oír la procaz solicitud inquiere Dulcilí: “¿Y te casarás conmigo?”. Afrodisio responde prontamente: “¡No cambies la conversación!”...
Cierto señor hizo un largo viaje, y llegó a su casa antes de lo esperado. Oyó ruidos extraños en la alcoba, y al entrar descubrió a su mujer en brazos de un desconocido. Sacó una pistola y ¡bang! ¡bang! despachó al amante de su mujer al otro mundo. Ella juntó las manos en éxtasis de felicidad, y le dijo a su esposo llena de alegría: “¡Me amas, Corneliano, me amas! ¡Estás celoso!”...